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24 de mayo de 2022
Grupos que ayudan a los ucranianos deportados, artistas plásticos que muestran en las redes sus obras contra la guerra, periodistas de un diario pro-Kremlin que impusieron notas contra la guerra y un slogan que gana las paredes: “Putin – khuylo!” (imbécil o cabeza de pene)
Mundo 11 de mayo de 2022La plaza de Manezhnaya, detrás de los muros del Kremlin en el centro de Moscú, se convirtió en los años 90 en el símbolo de la protesta y la caída del régimen de la Unión Soviética. Fue allí donde se concentraron los moscovitas para derrocar a los conspiradores comunistas de línea dura y terminar con el sistema de 70 años en el poder. Cinco años más tarde, el capitalismo rabioso arrasó con el símbolo de la rebeldía para convertirse en otro, el del consumismo. Manezhnaya se convirtió en un enorme centro comercial con varias plantas subterráneas, todo adornado con símbolos de la rica historia rusa. Zares y revolucionarios comunistas mezclados. Nacionalismo y panza llena, la fórmula de Vladimir Putin.
En 2011, la gente volvió a las calles cuando el fraude fue tan grosero que la panza llena ya no podía justificar la farsa electoral. Todas las elecciones rusas habían estado fuertemente amañadas; a la mayoría de la gente simplemente no le importaba. Pero cuando un nuevo enroque entre el primer ministro/presidente títere Dmitry Medvedev y el jefe Vladimir Putin se estaba por producir, los moscovitas volvieron a la plaza, esta vez la de Bolotnaya, del otro lado del río Moskva. Allí emergió Alexei Navalny, el líder opositor que ahora se está congelando en un campo de prisioneros de Siberia. Dos semanas mas tarde eran varios miles más en la avenida Sakharova. La protesta creció hasta que Putin ordenó demolerla a palos.
Se desmoronó el ímpetu de la protesta, pero nunca desapareció. Desde entonces se mantiene subterránea y cada tanto emerge para protestar contra el envenenamiento de opositores o cuando artistas como las Pussy Riot le gritan al nuevo dictador rascando las cuerdas de sus guitarras Fender. Desde la invasión y anexación de la península ucraniana de Crimea, en 2014, todo se convirtió en más brutal. A Navalny lo quisieron matar en un avión dentro de Rusia, lograron sacarlo y salvarlo en Alemania. Se le ocurrió regresar a Moscú y fue directo desde el aeropuerto a la cárcel.
Mientras Putin celebraba el Día de la Victoria del ejército soviético sobre las tropas alemanas nazis hace 77 años, un grupo de periodistas disidentes tomó la página del popular diario pro-Kremlin “Lenta.ru” y la cambió por otra con títulos y notas denunciando la invasión a Ucrania. Se podían leer títulos como: “Vladimir Putin se ha convertido en un dictador patético y paranoico” o “Rusia abandona los cadáveres de sus soldados en Ucrania”. No estuvo al aire más que unos minutos, pero los materiales se pueden encontrar en la versión conservada por Internet Archive. De acuerdo a uno de los artículos, la acción fue realizada por los periodistas Egor Polyakov, jefe de la sección de Economía de Lenta, y Alexandra Miroshnikova, redactora de esa sección, quienes escribieron debajo: “¡Buscamos trabajo, abogados y, muy probablemente, asilo político! ¡No tengan miedo! ¡No se queden callados! ¡Luchen! No están solos, somos muchos. ¡El futuro es nuestro! ¡A la mierda la guerra! Paz para Ucrania”.
La cultura más formal, también se está organizando a través del ROAR (Russian Oppositional Arts Review), que tiene una página de Internet donde los artistas plásticos van colgando sus obras inspiradas por la invasión a Ucrania y que, de acuerdo al Moscow Times, organizan muestras y performances clandestinas en la capital rusa y otras grandes ciudades del país a la que acuden miles de personas. Varios de estos artistas ya sufrieron la represión del Kremlin. Fueron detenidos e interrogados por agentes de la FSB, la policía secreta. Sobre algunos pesan juicios que los podrían llevar años a los campos de detención de Siberia.
En ese terreno están actuando activistas rusos de derechos humanos que formaron un “ferrocarril subterráneo” que está ayudando a los ucranianos transportados a Rusia a escapar a Occidente, de acuerdo a una investigación del periodista británico Dean Kirby. En la tradición de los disidentes del Gulag y los libros prohibidos del “samizdat” en la antigua Unión Soviética, las organizaciones clandestinas volvieron a actuar.
Hay familias que se anotan como voluntarios para recibir a los refugiados que están enviando de Mariupol y otras ciudades ocupadas por las fuerzas rusas y que después los ayudan para que puedan salir de esos lugares. Los que están siendo internados en campamentos perdidos en el bosque siberiano están desesperados. Les quitaron los documentos y no tienen dinero. Quedan varados hasta que “alguien” les acerca un teléfono de “alguien” que los puede ayudar. Y así se va armando la cadena. Los voluntarios no pueden entrar a esos centros, pero los ucranianos pueden salir a buscar trabajo o llamar a sus familias desde centro de atención en ciudades cercanas y de esa manera se organiza el escape.
Algunos de los activistas de esta red de disidentes aseguran que se está resquebrajando el poder omnímodo de Vladimir Putin dentro del Kremlin, pero nadie se atreve a decir que exista una figura u organización capaz de concretar un cambio de régimen. Aunque, de acuerdo a los informes de inteligencia de esa resistencia, las purgas lanzadas por el líder ruso tras el fracaso de la toma de Kyiv en los primeros días de la invasión, que desplazaron a más de cien altos cargos, dejó a muchos con heridas del tipo que sólo se podrían cicatrizar con una pomada de venganza.
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