Durante años, la palabra “grasa” estuvo asociada al aumento de peso, el colesterol alto y las enfermedades cardíacas. Sin embargo, la ciencia nutricional actual permite diferenciar entre distintos tipos de grasas, algunas de las cuales son fundamentales para el correcto funcionamiento del organismo.

Especialistas de instituciones de prestigio como la Escuela de Medicina de Harvard (Estados Unidos), el sistema de salud Scripps (Estados Unidos) y el grupo médico Bupa (Reino Unido) coinciden en un punto clave: es necesario dejar de temerle a todas las grasas por igual y aprender a distinguir cuáles son saludables y cuáles conviene evitar.

Grasas saludables: necesarias y protectoras

Las grasas insaturadas —tanto monoinsaturadas como poliinsaturadas— son consideradas beneficiosas por numerosos estudios. Estas grasas pueden reducir el colesterol LDL (el “malo”), mejorar el HDL (el “bueno”), disminuir la disfunción y favorecer el rendimiento cognitivo.

Se encuentran en alimentos como:

  • Aceite de oliva extra virgen
  • Frutos secos como nueces y almendras
  • Semillas (chía, lino, girasol)
  • Pescados grasos (atún, salmón, sardinas)
  • Palta

Además de ser una fuente de energía eficiente, las grasas saludables permiten absorber vitaminas liposolubles (A, D, E y K) y forman parte de las membranas celulares.

Grasas perjudiciales: qué evitar o reducir

Las grasas trans —presentes en alimentos procesados, productos de panadería industrial, margarinas y frituras— se vinculan a un aumento del colesterol LDL, disminución del HDL y mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares y metabólicas.

En cuanto a las grasas saturadas, presentes en carnes rojas, fiambres, productos de pastelería, manteca y quesos enteros, la recomendación general es moderar su consumo. La Organización Mundial de la Salud sugiere que no superen el 10% de las calorías diarias.

Limitar estas grasas no implica eliminarlas por completo, sino reemplazarlas por opciones más saludables siempre que sea posible.

El foco está en la calidad, no en la restricción

Las grasas cumplen funciones clave en el cuerpo: aportan energía, protegen órganos, intervienen en la producción hormonal y contribuyen a la estructura celular. El problema no radica en su presencia, sino en el tipo y la cantidad que se consume.

Por eso, el foco debe estar puesto en la calidad de la grasa. más que en eliminarla de la dieta. Una alimentación equilibrada puede y debe incluir grasas saludables de manera habitual.

Consejos prácticos para tu alimentación diaria

  • Utilizar aceite de oliva o girasol alto oleico para cocinar y condimentar.
  • Incorporar pescados grasos al menos dos veces por semana.
  • Agregar nueces o semillas a ensaladas, yogures o licuados.
  • Evitar productos que mencionen “aceites parcialmente hidrogenados” en la etiqueta.
  • Reducir el consumo de frituras, productos ultraprocesados y comidas rápidas.

Con pequeñas decisiones cotidianas es posible mejorar significativamente el perfil graso de la dieta y cuidar la salud a largo plazo.

Una mirada equilibrada y basada en evidencia

Desde las instituciones científicas más reconocidas se insiste en lo mismo: no todas las calorías provenientes de las grasas tienen el mismo efecto. Algunas promueven la salud, otras la perjudican. La clave está en informarse, observar lo que comemos y actuar con conciencia.

No se trata de seguir una dieta restrictiva ni de eliminar grupos de alimentos, sino de aprender a elegir. Adoptar una alimentación consciente es uno de los pilares más efectivos para prevenir enfermedades y promover el bienestar general.