En verano nuestros ojos tienen un nuevo desafío cuando están expuestos a los reflejos del mar, y es necesario tomar las medidas preventivas justas para protegerlos, pero sin excesos que puedan reducir la salud visual.

Según advierte la Dra. Ainhoa de Federico, especialista en Visión natural, profesora investigadora de la Universidad de Toulouse y autora del Método Volver a ver claro, las reflexiones o reflejos de la luz solar, especialmente de grandes masas de agua como el mar, pueden afectar significativamente nuestra vista, especialmente en los meses de verano cuando los rayos del sol son más directos. Estos efectos no solo se deben a la alta intensidad de luz sino también a las cualidades específicas de la luz reflejada en las superficies acuáticas.

«El agua, al ser una superficie reflectante, puede actuar como un espejo, especialmente cuando se observa a bajo ángulo. La luz solar está compuesta por un espectro de ondas de luz que, al golpear una superficie acuática, se reflejan hacia nuestros ojos. Esto resulta en un aumento en la intensidad de luz, que puede ser muchas veces mayor a lo que nuestros ojos están generalmente adaptados a gestionar», explica la Dra. de Federico.

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Hay varias formas específicas en que esta reflexión impacta nuestra vista:

1. Deslumbramiento: El aumento de brillo puede causar un deslumbramiento significativo, reduciendo nuestro contraste visual y dificultando la distinción de detalles. El deslumbramiento puede provocar que entrecerremos los ojos y experimentemos incomodidad, o en casos más extremos, ceguera temporal.

2. Radiación UV: La luz solar contiene radiación ultravioleta (UV). La capa de ozono, que en los últimos años se ha regenerado notablemente (el agujero de la capa de ozono se está cerrando y ya va camino de recuperarse por completo), absorbe una porción significativa de esto, pero la radiación UV que alcanza la superficie puede ser perjudicial. El agua refleja hasta el 100% de la radiación UV, que puede ser perjudicial para nuestros ojos, lo que potencialmente conduce a condiciones como la fotoqueratitis (similar a la quemadura solar de la córnea) y, con el tiempo, condiciones más graves como cataratas o degeneración macular.

3. Luz azul: La luz reflejada en la superficie del mar también es rica en luz azul de corta longitud de onda. La alta exposición a la luz azul puede causar incomodidad y puede contribuir al daño retinal a largo plazo.

Los impactos mencionados son especialmente pertinentes en el verano, dado la luz solar más directa y las horas de luz del día más largas.

Sin embargo, el sistema visual humano tiene mecanismos protectores y adaptativos como la constricción de la pupila, el parpadeo frecuente, entrecerrar los ojos e incluso el reflejo de aversión para evitar mirar directamente a las fuentes de luz extremadamente brillantes.

El uso de gafas de sol con filtros de luz UV y azul y la utilización de sombreros pueden ayudar enormemente a mitigar estos impactos. Es importante proteger la vista en ambientes con superficies altamente reflectantes como el agua, la nieve o incluso la arena, especialmente en verano.

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Gafas de sol, sí, pero con descansos

Sin embargo, llevar gafas de sol a todas horas, incluso en verano, no es una opción razonable ya que los ojos requieren estar expuestos al espectro de luz solar completo para gozar de buena salud:

a) La información sobre la calidad, intensidad y temperatura de la luz solar es necesaria para que el organismo se regule al ciclo circadiano. Confundir los ojos con gafas de sol a todas horas puede producir desajustes del sistema nervioso y endocrino.

b) La luz azul de pleno día previene la miopía y la luz roja del atardecer y el amanecer favorece la generación de energía por las mitocondrias de las células de la retina, manteniéndose así una mácula más saludable y con menos propensión a degeneraciones. Privar los ojos constantemente de estas frecuencias luminosas por llevar gafas de sol a todas horas puede ser perjudicial en el medio, largo plazo.