Por Mariana Romero

Hay una imagen insoportable. Están tres personas sentadas en una mesa, conversando: Manuel, su esposa Rosa y la hija de ella, Luján. La joven está explicando a su madre y a su padrastro que se está yendo de casa porque no puede seguir siendo abusada sexualmente por Kum. El hombre le explica a su hijastra que Kum no va a volver. La madre no parece sorprendida, apenas interviene. Todos hablan de Kum. El padrastro le ofrece soluciones para que la muchacha se quede: “poné una silla en la puerta cuando te vayas a dormir”. La joven se niega. La conversación se va sincerando. Kum, el abusador, no existe. Nunca existió. Quien abusó de la joven durante todos estos años no es otra persona que él, el padrastro de Luján, Manuel García Fernández

La escena es surrealista. Pareciera un mal libreto de una obra que, de estrenarse, sería un rotundo fracaso porque ningún espectador la creería. Un hombre que abusó de su hijastra durante casi una década -o más- fingiendo ser poseído por un espíritu llamado Kum; la joven, ya mayor de edad descubriendo que Kum nunca existió y una madre interviniendo apenas para reclamarle a su esposo que no usó preservativo: “ay, no te ponés en su lugar, Manuel. Mirá si se quedaba embarazada”.

Pero no es ficción: el texto es la transcripción de un audio que forma parte del expediente judicial que terminó con la condena de Manuel García Fernández a 16 años de prisión por abusar sexualmente de su hijastra, Luján. Y es sólo el comienzo.

La aristocracia azucarera

Habrá tenido cinco años, o seis Luján cuando su mamá le presentó a su novio. Las dos habían llegado desde Buenos Aires al Tucumán natal de ella, Rosa conoció a Manuel García Fernández y se enamoró. Ella acarreaba el peso y el estigma de ser madre soltera y él, el de la falta de dinero. 

García Fernández es uno de los apellidos más tradicionales del norte argentino. Una localidad de la provincia lleva su nombre, también uno de los colegios más reputados de la provincia: el Tulio García Fernández. De linaje ilustre, la dinastía se afincó en Tucumán en el siglo XIX con la llegada del primer Manuel (en adelante, cada generación tendría el suyo) que, junto a su hermano José, fundó el Ingenio Bella Vista en 1882. Los herederos llevaron la fortuna familiar a niveles impensados: incursionaron en la producción de papel, alcohol, algodón, tabaco y otros productos. Sus miembros, todos profesionales, se destacaron en la vida cultural y política de una Tucumán en la que la aristocracia azucarera era dueña de la vida y las almas de la provincia. 

El hombre sin espíritu

La debacle comenzó en la década del 60, cuando los García Fernández perdieron gran parte del ingenio que, luego, el dictador Juan Carlos Onganía “expropiaría”, para cerrar definitivamente años más tarde. Fueron tiempos duros no sólo para la oligarquía cañera (cerraron 11 de los 27 ingenios que había en la provincia), sino también para los trabajadores: se estima que más de 200.000 tucumanos, el 20% de la población, perdieron sus trabajos y debieron emigrar por la miseria. 

El hombre sin espíritu

Los García Fernández nunca dejaron de reclamar la restitución de su ingenio, su chalet y la fortuna perdida; pero los años dorados y el dinero se habían esfumado para siempre hacia principios de este siglo, al menos para Manuel (este Manuel, el que hoy está preso, el que enchastró el linaje abolengo) cuando conoció a Rosa. Él no tenía un peso, pero sí apellido. Ella sí tenía plata, pero no un padre para su hija. Se casaron a los pocos meses de conocerse. Él cumplió su parte: pasó por el registro Civil, reconoció a Luján como su hija biológica y le dio su apellido. Después, tuvieron dos hijos más. 

Fue en esa época cuando Luján recibió la primera golpiza de su padrastro. Y el primer consuelo: tras los golpes, él mismo posaba su mano en la zona azotada para calmarle el dolor y el llanto. Muchas veces, eran sus partes íntimas. 

Mundos divergentes

Reconstruir la historia a partir del momento en que Manuel García Fernández y Rosa se casaron es comenzar a andar un camino de dos vías. Por un lado, quienes conocieron a la pareja socialmente, hablan de una familia como cualquier otra. Especialmente, quienes se vincularon con él, destacan su capacidad intelectual, su nivel cultural y su capacidad de socialización. “Se movía en todo el circuito abolengo, donde nos conocemos todos, se destacaba por su inteligencia y por su intelectualidad”, cuenta una testigo del ambiente, que completa: “hoy sabemos que es un reverendo hijo de puta”. 

El hombre sin espíritu

Manuel García Fernández, coautor de Antología Jurídica del Bicentenario

Abogado de profesión, Manuel García Fernández incursionó en la política. Se volvió hombre de confianza de Beatriz Rojkés de Alperovich, que lo nombró como su asesor en el Senado de la Nación. Sus publicaciones de Twitter de esa época dan cuenta de una militancia activa e intelectual, sus escritos, publicados en algún blog que todavía puede leerse, revelaban un perfil de intelectual comprometido con las causas sociales. 

X de Manuel García Fernán

Esa es una realidad. La otra, mucho más oscura, es la privada. 

Luján creció con su padrastro, a quien llamaba papá, ignorando que se trataba de una figura pública de Tucumán. El hombre que la crió solía golpearla o gritarle durante su infancia, hasta que la niña entró en la preadolescencia. Había comenzado el rastro “místico” de esta historia. 

El hombre sin espíritu

García Fernández comenzó a interesarse por la “espiritualidad”. Aunque no pude contactar con ninguno de sus “seguidores”, fuentes de la causa aseguran que se convirtió en una suerte de gurú o maestro. De hecho, fue consultado por el diario La Gaceta sobre la “biodescodificación emocional”, a la que define como “un arte espiritual” y repasa sus estudios sobre terapias y disciplinas que, aseguran, lo ayudaron a sobrellevar una difícil situación familiar. 

El hombre sin espíritu

La senda de los espíritus

Luján nunca supo que estaba parada sobre una montaña de dinero. No se trataba de mezquindad: la búsqueda mística de García Fernández incluía el desprendimiento del lujo, una actitud minimalista respecto de los bienes materiales. Sin embargo, vivían en la zona más cara de la ciudad y, cuando viajaban, lo hacían con toda la pompa. Mientras tanto, cuenta Luján, en la casa se rechazaban pedidos más básicos infantiles: desde golosinas hasta colchones nuevos o ropa para los hermanos. Quien manejaba las finanzas de Rosa era, exclusivamente, él.

Ese era el aspecto más inocente de la búsqueda divina de García Fernández. Comenzó a dedicarse a la “meditación”, término que él utilizaba para encerrarse con Luján en un espacio privado a orar, o reflexionar en silencio o invocar a seres del más allá, según la etapa de locura en que se sitúe la historia. “Yo siempre fui muy creyente, creía muchísimo en Dios. Sentía que lo que él me decía que era una señal para mí, que me estaban revelando la verdad sobre todo. Tenía 11 o 12 años, no podía no creerlo”, recuerda ella. 

Luján cuenta que, cuando comenzaron las meditaciones, ella sintió alivio. Creyó que aplacarían las reacciones violentas de su padrastro y también pensaba que se iban a terminar las noches en las que él se levantaba de su cama, iba hacia la de ella y metía la mano por debajo de la sábana para tocarla en sus partes íntimas. 

Pero no se terminó. Como la resistencia de ella, a medida que crecía, iba siendo cada vez mayor, él le explicó lo que ocurría. “Me dijo que no era su culpa, que padecía somnofilia”. La somnofilia, contrario a lo que mucha gente cree, no tiene nada que ver con el sonambulismo. Es un patrón de comportamiento sexual que lleva a una persona totalmente despierta a sentir excitación sexual ante alguien que está dormido o en estado de inconciencia, a desear tocar o tener relaciones sexuales con alguien que no está conciente.   

Luján siguió soportando esas prácticas nocturnas, en la idea de que su padrastro no podía controlarlas. Hasta que aparecieron los seres sobrenaturales. “Un día me reveló que él era médium, que tenía contacto con espíritus y que lo que él venía haciéndome esas noches era provocado por ellos, que lo que buscaban era la paz mundial, eliminar las hambrunas del mundo, ayudar a las personas en situación de guerra y también sanar enfermedades de familiares de mis amigos. También, ‘curar’ a mi hermano del autismo”.

Hubo un día en particular en que, estando sentados los dos, meditando, él le levantó la remera. Ella, instintivamente, se echó hacia atrás, asustada, y él se fue ofendido. Al día siguiente, él entró a su cuarto y le explicó que lo que la había hecho reaccionar de esa manera, rechazar el contacto, era su mente, que la engañaba respecto de la realidad, que estaba contaminada por el diablo. Que búsqueda de Dios consistía en ignorar los engaños de la mente. 

Con el tiempo, comenzó a introducirla en el concepto de la Maia, que, según le explicó, era “la realidad material que nosotros conocemos, una especie de ilusión que te aleja del concepto de Dios”. “Entonces dejé de creer en lo que veía con mis ojos, porque yo quería acercarme a Dios”, cuenta. 

Kum, la Maia y Dios

Los abusos, al principio simples, se convirtieron en abusos con acceso carnal. García Fernández decía que no era él quien tenía relaciones con ella, sino los espíritus, entre los cuales se destacaba Kum. Y reforzaba esa idea con el concepto de la Maia: si Luján sentía rechazo era porque su mente la engañaba, porque lo que ella percibía con sus sentidos era una mentira que la alejaba de los maestros y de la idea de Dios. 

A esas alturas, la locura de García Fernández, puertas adentro de su casa, era descomunal. García Fernández le reveló que estaba trabajando en una suerte de “hechizos” que harían que ella se enamore de él y ella lo creyó. “Fueron los peores días de mi vida, porque yo lo creía un maestro, pero sentía repulsión por él, tenía mucho miedo de que eso comience a pasar, de enamorarme de él”, recuerda. Entonces, pensó en suicidarse.

Comenzó dejando de comer y cortándose los brazos, porque sentía que ese dolor tan intenso era lo único que hacía que su cabeza se callara. Cuando ella empezó a lesionarse, él le explicó que, como era médium, cuando ambos muriesen iban a reencontrarse en otro plano, donde se amarían para siempre. “Yo creo que la idea de pasar la eternidad con él me salvó de quitarme la vida, me daba mucho miedo la muerte”, cuenta. 

Pero el avance de la adolescencia comenzó a resquebrajar el complejo entramado de creencias de las que Luján era prisionera. Comenzó a salir. Conoció gente. Intentó formar pareja. Empezó a hablar más con sus amigas. Y a descubrir que lo que García Fernández le hacía no estaba bien, que a sus amigos no les pasaba. Pero aún estaba convencida de que quien la accedía no era su padrastro, sino Kum. 

Kum, el primero y principal de los seres del más allá, el más frecuente. Del que más se hablaba en la familia, como si fuese alguien siempre presente y que, de verdad, existía. El que la bañaba, el que la obligaba a comer, el que la tocaba. También se “materializaba” otra entidad que se llamaba Laganor. En algunas oportunidades, quien se apoderaba del cuerpo de García Fernández era “Luciano, el superior, el que más miedo daba y el que había determinado que yo era su esposa espiritual desde los 12 años”. Para sellar el “matrimonio”, García Fernández compró dos anillos, que ambos debían tener guardados pero no podían perder. 

Entonces, tuvo lo que ella denomina “el susto”. Un atraso de más de dos meses la hizo sospechar que podía estar embarazada. “Él siempre había dicho que quería que yo tenga un hijo suyo, que quería que se llame Manuel. Estaba en estado total de shock, desconectada de la realidad. Cuando me llegó el período, volví a ser como un muñeco, ya no estaba aterrorizada de tener un hijo suyo pero seguía siendo eso, una cosa”. El “susto” se repitió cinco veces durante la adolescencia. García Fernández nunca la dejó ir al ginecólogo ni a ningún médico, ni vacunarse contra el Covid o el Dengue. 

El hombre sin espíritu

A esas alturas, ella ya había optado por ser “fea”, para no atraerlo. Eligió dejar de sonreír, usar ropa demasiado grande, no usar maquillaje y cortarse el pelo muy corto. “No podía dormir tranquila, metía las sábanas por debajo del cuerpo para que no me puedan destapar. Hasta el día de hoy, hay partes del cuerpo que no puedo mostrar. Para otros, será muy normal pero yo no puedo. Me costó y me cuesta confiar en adultos. Cuando entré a la facultad, de pronto me agarraban ataques de pánico y tenía que salir corriendo al baño”. 

La mano de una amiga

García Fernández había convencido a su hijastra de que podía leerle la mente y que, por lo tanto, ella no podía mentirle. Luján estaba convencida de que era verdad y se lo contó a su mejor amiga, que le explicó que eso era imposible. Como no logró convencerla, la amiga le propuso  un desafío: ambas le dirían a él una mentira, una cuestión menor, y él no se daría cuenta. Lo hicieron, lo pusieron a prueba y ocurrió lo que tenía que ocurrir: García Fernández lo creyó. Luján se dio cuenta de que no podía leerle la mente. 

Entonces, se permitió comenzar a salir con alguien en 2021 “y conocí lo que era ser querida por alguien de manera sana”, cuenta. El padrastro se enteró y la obligó a “meditar” más seguido. Pero la situación se puso aún más violenta, porque la mentira de los espíritus comenzaba a agrietarse. García Fernández le habló claro: le comunicó que estaba pensando seriamente en matarla y después suicidarse, para que pudieran los dos vivir libremente. Ella cortó la relación con su primer novio.

La noche del 7 de abril de 2022, Luján tuvo la sensación de que su padrastro había entrado a su cuarto con un cuchillo. Lo creía por el tono de voz y porque, recientemente, lo había descubierto con una cuchilla cortándose la pierna. Pero se dio vuelta y lo vio parado, sin nada en la mano. Entonces, se dio cuenta de que la posibilidad de que él quisiera matarla a ella o a toda la familia se sentía real. Llamó a su amiga y se lo contó. La muchacha le contestó, sin rodeos, que estaba en peligro y que debía denunciarlo. Luján se resistió, le dijo que había sido sólo un susto y que no pasaba nada. Pero su amiga pidió ayuda a sus padres y, juntos, decidieron ponerle punto final a la situación: sacaron la camioneta y salieron directamente a buscarla, a sacarla de ahí. “Cuando me subí al vehículo, supe que no iba a volver más”.

La conversación

Luján volvió, al día siguiente, pero sólo a buscar ropa. En casa estaban su progenitora y su padrastro. Se sentaron a charlar. Ella, tal como se lo había prometido a su amiga, grabó la conversación. El audio se convertiría en prueba fundamental para la causa. 

Oirlo es espeluznante, porque una cosa es leer en el frío expediente el comportamiento manipulador de García Fernández, pero otra cosa es escucharlo, saber que ese hombre existe, comprobar que hizo lo que hizo y zambullirse en su perverso mundo de amenazas, declaraciones de “amor” y espíritus abusadores. 

La charla comienza sobre cuestiones prácticas de los días que vendrán con Luján fuera de casa, pero pronto gira a una discusión sobre la última vez que ella se negó a tener relaciones sexuales con él. En realidad, no con él: los tres aceptan que el rechazo fue hacia Kum, el espíritu. Su nombre aparecerá 44 veces en la hora y 4 minutos que dura el audio.

García Fernández: Después de sentir tu traición hacia mí, yo quería que te vayas.

Luján: ¿En qué te traicioné?

GF: Yo te voy a decir y vos vas a decir que no.

L: Ah, lo de que iba a estar con Kum toda la vida. De última, lo traicioné a Kum, no a vos.

GF: Yo te dije que tengo una simbiosis con esa entidad.

L: Pero vos me dijiste que se estaban separando porque Kum es como un demonio.

GF: Sí, pero ahora lo tengo, y lo peor es que él está sufriendo por lo que pasó (...) Mirá, Luján, si vos me quisieras a mí, habrías valorado las cosas. (...) Vos podés hacer tu vida, perfecto, andá. Pago lo de la facultad, te desobligás por dos o tres meses. Está bien, andate si no querés vivir acá. Yo creo que lo que no estás valorando... yo sí te estoy dejando que tengas otra vida. No te estoy castrando como vos me decís.

L: ¿Cómo me darías más libertad?

GF: Yo traté de explicarte lo que es la inteligencia mafiosa. Se lo dije al psicólogo y al psiquiatra: que existe. Hoy, la gente sigue con la inteligencia emocional amorosa bioética. Hay una inteligencia... Es que yo te quiero contar, lo que ya hablé con las entidades. Se están derritiendo más los polos, va a haber inundaciones, va a haber levantamientos, cada vez va a haber más accidentes, se va a volver más violenta, va a haber más asesinos.

Más tarde, la madre, Rosa, comienza a entrar en la conversación. Siempre con frases cortas, se muestra abierta a la idea de que Luján deje la casa y ofrece darle dinero durante un año. García Fernández jamás le habla a su esposa, se dirige siempre a su hijastra y cambia de tono permanentemente: amenaza con dejar de darle dinero, le ruega que se quede, le exige que le pida perdón, le enrostra que, por su culpa, él está tomando medicación psiquiátrica, le promete que la terapia hará efecto, la acusa de ser una callejera y, finalmente, le termina confesando que tiene una obsesión con ella. 

Quizás los fragmentos más reveladores son las intervenciones de la madre. Son frases sueltas, sin mucho compromiso con ninguna de las partes de la discusión y sin ningún tipo de respuesta de ninguno de los dos. Son palabras como lanzadas al viento. Por momentos parece tomar conciencia de que su hija está reclamando años de abuso sexual infantil, pero insiste en solucionar todo con más Clonazepam y sesiones de terapia para él. En esta parte de la transcripción se encuentra la frase más larga que ella pronuncia: 

García Fernández: Yo te quiero decir lo que me pasa. No lo puedo evitar. Es que yo tengo una conexión muy especial con vos. (Llora) Capaz que yo sí me enamoré de vos. Puede ser una cosa obsesiva. Entonces entendeme, es un proceso muy difícil. Quiero explicar lo que sufro.

Rosa: Para eso te mandamos a un psicólogo...

Luján: ¿Está mal que salga con un chico? (...) ¿Eso tampoco te parece?

Rosa: Raro...

L: A no ser que sea con Kum ¿ahí está bien?

GF: No, tampoco quiero que sea con Kum.

L: Hasta hace poco sí querías.

GF: Todo lo que pasa de mi bisexualidad es culpa mía.

Rosa: Manuel, en serio, lo del psicólogo, porque es todos los días. No se termina, Manuel. Yo te escuché todo el camino de vuelta callada y no se termina. Tomá Clonazepam.

GF: Tengo que tomar Clonazepam.

Todo el diálogo es una locura. Pero, cerca del final, ya se habla casi sin vueltas del abuso sexual que Luján viene sufriendo. Su madre no muestra sorpresa. Incluso le dice que tiene “un tema sin resolver” desde que lo conoce y le reclama, con tibieza, no haber usado preservativos cuando abusaba de su hija. 

García Fernández: Ya hablamos de todo lo que pasó con Kum. Cuando un hombre y una mujer con la que estuvimos, como estuvimos, de golpe hace esto que vos hiciste, genera un trauma grave.

Luján: Ah ¿y yo qué? ¿Qué empezó cuando yo era una chiquita? Es que Kum me lo dijo, que vos lo hacés por costumbre. (...) Desde el 2019 y 2018 tuve como mínimo cinco veces y, hasta el año pasado, (tuve) miedo de haberme quedado embarazada. ¿A quién le iba a contar eso?

GF: Te terminaba afuera.

L: ¿Qué tiene que ver? Lo mismo está el riesgo.

Rosa: Es más peligroso. Ay, no te ponés en su lugar, Manuel. Mirá si se quedaba embarazada.

L: Incluso tenía que pasarlo sola, porque no podía hablar ni con Kum ni con ustedes (...). Yo pensaba “bueno, me mandé este susto”, ¿qué puedo hacer para evitar que esto vuelva a pasar? Nada, cortar todo esto. Y cuando lo pensaba decía: bueno, no, ¿qué pasaría? Porque hacemos esto y esto con esta energía. Mi papá se siente bien después; por más que a veces te sentías horrible: dependía de tu humor, en realidad. Entonces, no me digas que soy egoísta, ni mala persona, porque por un montón de tiempo me sentía responsable de tu estabilidad mental. El miércoles me dijiste que soy tu sentido de vivir. De todas formas, ¿vos sabés lo que es que te digan eso durante años? Es fuerte. Vos no podés ponerte en mi lugar y decir “la pasaste mal”, ni podés reconocer eso, sea tu culpa o no.

GF: Sí puedo reconocerlo, por eso tomo remedios. (Pero) hay cosas que lo que yo no puedo tolerar y aceptar: es que me humillen diciéndome “no, no”

R: Bueno, basta. ¿Y qué tiene que ver?

L: A los 11 ya no vivía en la 24. ¿Sabés otra cosa que me estaba diciendo? Me dijo que cuando yo era chiquita y estábamos en la 24, ya que estamos acá, me dijiste que no sabés si pasó otra cosa, que me tocaste.

(...)

R: ¿Qué es tan terrible, Manuel? Es incómodo que estén acá. Y están, pero...

GF: ¿Cuál es la idea?

R: Aunque (Luján) no esté, cuando venga a visitarte, vos sos así. Tenés un tema sin resolver desde que te conozco.

La progenitora

Luján ya no llama “mamá” a Rosa, le dice “progenitora”. Tras el diálogo que quedó grabado, ella no se separó de su marido sino hasta diciembre de ese año, cuando él, denunciado ante la Justicia por su hijastra, se fugó. 

La noticia de que García Fernández estaba prófugo y con pedido de captura de Interpol generó un cimbronazo en Tucumán, nadie podía creerlo. Y, de hecho, pocos lo creerían hasta hoy si no fuera por un pequeño detalle: confesó. Fue condenado a 16 años de prisión. 

El hombre sin espíritu

La situación de Rosa, en cambio, no está resuelta. Nunca más vio a sus hijos porque la Justicia le impuso una prohibición de acercamiento. En su foto de perfil de Whatsapp esta fijada una imagen de ella y su hija, en blanco y negro, cuando Luján era tan pequeña que estaba cambiando los dientes y tenía una “ventanita” en su amplia sonrisa. Probablemente, de los últimos momentos felices que ambas compartieron. Y la frase fijada a su perfil: “después de ciertos infiernos, no cualquier demonio te quema”. Su situación procesal todavía no está resuelta, tiene una requisitoria de elevación a juicio en danza como presunta cooperadora y, también, una demanda por alimentos. 

Rosa sabe que su marido abusó de su hija durante años. La pregunta es ¿lo supo siempre?. “Sí”, dice sin dudar Luján. De hecho, ella es querellante en la causa que se sigue en su contra. Recuerda las veces en las que ella los dejó solos para que “meditaran” o alejó a su otro hijo para que no los interrumpiera. “Lo sabía y no hizo nada, no hizo nada por salvarme”, reclama.

Su defensa sostiene, en cambio, que Rosa también es una víctima de él. “Todos los informes psicológicos dan cuenta de que era víctima de violencia, ella tenía anulado su poder de decidir”, asegura su abogado, Diego Piedrabuena. “Nosotros tenemos acá a una víctima de violencia de género y, como respuesta, la quieren llevar a juicio”, señala. Y agrega que Rosa, durante su matrimonio y en los períodos de mayor conflictividad familiar era medicada con pastillas para dormir porque, cuando intentaba rebelarse, era tratada como si estuviera loca. “Una de las críticas que nosotros le hacemos a este proceso es que la perspectiva de género sólo la están aplicando respecto de la víctima, pero no de Rosa. Aún si hubiera sabido lo que pasaba, hay que evaluar si ella estaba en condiciones de hacer lo que le pedían que haga, si tenía albedrío”, completa.

El hombre sin espíritu

Luján lo desmiente. Ella asegura haber visto a su progenitora revelarse muchas veces contra su marido por otros temas, la recuerda gritándole y reclamándole cosas. “Cuando se daban estas meditaciones, es decir, los abusos, y mi hermano con autismo quería entrar al cuarto, ella venía corriendo y lo sacaba de ahí. Ella estaba cuando él se me declaraba, desde los 14 o 15 años, cuando me decía que me amaba como mujer. Yo esperaba que ella se horrorizara, que se separara. Le decía que estaba enfermo, obsesionado conmigo, pero nunca hizo nada al respecto. Es más, a veces directamente se iba del cuarto y me dejaba a solas con él, por más que yo le pedía que se quede. Y ella misma proponía que vayamos a ‘meditar’ solos, ella misma proponía delante mío que abuse de mí. Nunca fue una madre”, asegura. No descarta que ella haya sido víctima económicamente de él, pero recuerda que ella “sabía muy bien cómo callarlo, levantaba la voz cuando tenía que hacerlo, cuando ella quería”. 

Millonaria

Pero Luján agrega otro dato que, a su entender, la define más como progenitora que como madre. Asegura que el litigio no es sólo penal, sino también económico. En la actualidad, Rosa les envía (así lo dispuso la Justicia) una cantidad mensual de dinero a sus hijos en concepto de alimentos. García Fernández, preso, no aporta dinero para la manutención de los hijos. Esa cantidad de dinero está controvertida, algunas fuentes aseguran que son $ 400.000 y otras que son $ 2 millones. 

En lo que todos están de acuerdo es en que la mujer tiene una verdadera fortuna en campos, millonaria en dólares. “Paga un tercio de la cuota alimentaria por los tres hijos”, dice Luján y asegura que ese dinero no le alcanza para cubrir los costos de las terapias de sus hermanos: uno tiene autismo y el otro, “desarrolló psicosis no especificada”. “No son sólo terapias, necesitamos cuidadores las 24 horas, tenemos que adaptar el departamento con mallas en los balcones para que no ocurra una tragedia y, con los gastos de dos hermanos con discapacidad, no tengo manera yo de conseguir un trabajo a esta edad en donde me paguen tanto”, dice. Por eso, además del penal, el litigio civil es encarnizado. “Estamos siendo sostenidos por nuestros tíos, pero ellos ya no dan abasto con los gastos”, cuenta. 

Según Luján, más allá de los problemas económicos, el hecho de que ella haya tenido que llevar a su madre millonaria a la Justicia para obtener dinero suficiente para ella y sus hermanos con discapacidad es más que un trámite legal. “Es su forma de seguir maltratándonos”, considera mientras repasa que, durante muchos años, ni a ella ni a sus hermanos los llevaron a médicos, salvo alguna oportunidad en la que accedieron a un homeópata que, en su consultorio, tenía un cartel que decía “los médicos mienten”. 

La identidad

Luján es el único nombre ficticio en esta historia. La verdad es que tiene un nombre mucho más hermoso, una voz serena y paciencia infinita para explicar el camino que la liberó de los “espíritus”, eufemismo que usó siempre su abusador para someterla sexualmente desde que era niña. 

Su apellido sí es verdadero. Le fue impuesto el día en que García Fernández mintió en el Registro Civil que era su padre biológico y torció para siempre el rumbo de su vida. Se lo piensa cambiar, cuando terminen todos los procesos judiciales en los que, a sus 23 años, está inmersa. 

Nunca dejó de creer en Dios pero sí en las pseudociencias. Fue víctima de ellas y entiende cómo una idea delirante, impuesta a alguien vulnerable, puede derivar en cualquier aberración: “me moldearon el cerebro desde que tengo cinco años, no podía cuestionar nada de lo que me decían y, cuando lo hacía, me hacían sentir que me estaba por volver loca. No podía aguantar esa realidad: el hecho de que lo que me hacían no servía para un bien mayor sino que, simplemente, vivía con un perverso, un psicópata. Yo pensaba que todo lo que yo venía viviendo era un sacrificio para un bien mayor y no, ni eso”. Advierte que todas las personas que buscan un sentido a su vida o respuestas espirituales están en una situación de vulnerabilidad y, quien aparezca para guiarlos, puede ser un perverso porque “los abusadores pueden estar en cualquier lado, son personas, simplemente personas”.

Todavía no vive una vida “normal” en todos los sentidos y, quizás, nunca la viva, porque no existe tal cosa. Sabe, sí, que existen las infancias felices y cuidadas, en las que los peligros están fuera de casa y los padres son el escudo contra ellos. Sabe, también, que la única escapatoria para los niños y las niñas que son abusados por las personas que deben amarlos es animarse a decir la primera palabra, a quien sea, como se pueda. Buscar a alguien de afuera y contarle, como les salga, que algo les está pasando. Hablar. Siempre hablar. 

CASO MANUEL GARCÍA FERNÁNDEZ, EL FALSO MEDIUM. Entrevista a la víctima