Cinco historias breves de pequeños ladronzuelos

El centro tucumano es el ámbito preferido de descuidistas y rateros de botines chicos. Acá, cinco pequeños relatos de casos ocurridos esta semana
viernes 13 de mayo de 2022
pequeños ladronzuelos
pequeños ladronzuelos

El centro tucumano es, a veces, escenario de grandes robos y violentos asaltos que ocupan los titulares de la prensa. Pero también es ambiente de pequeños ladronzuelos, descuidistas, estafadores de ocasión, pungas ya tradicionales y mecheras archi conocidas que no dan respiro al ciudadano confiado.

El pequeño hurto de cada día señorea en el pavimento de la ciudad de los naranjos. Algunos serían hasta cómicos, si no fuese porque se repiten tanto que dejan un sabor amargo en la boca. Estos son algunos, ocurridos sólo en la última semana.

Habrá estado cansado
Ayer, por la esquina de Lavalle y 9 de Julio, policías de la comisaría 2 vieron pasar a un hombre con una silla negra en la espalda. Por detrás, otro vociferando. El caco había pasado por el bar Casapan, que queda en Buenos Aires al 500, y no se le había ocurrido mejor idea que robarse una de las sillas de la vereda. A plena luz del día y a la vista de todos, casi logra su objetivo. Terminó aprehendido y la silla en cuestión, en la comisaría con un cartel de "secuestro".

El hombre de la bolsa
En Ayacucho al 700, a personal de la Guardia Urbana le tocó presenciar lo siguiente. Un hombre venía en bicicleta y se detuvo en una casa. De una bolsa de arpillera, sacó un pedazo de caño estructural, se acercó a una puerta y barreteó el picaporte de bronce. ¿Quería entrar a robar? Bajo ningún punto de vista, con el picaporte se conformaba. Los policías le dieron la voz de alto y el muchacho escapó en la bicicleta, con tanta mala suerte que, sobre avenida Roca, se cayó. En la bolsa llevaba cinco manijas de bronce que ya había ido robando. Lo más llamativo es que el caballero sólo sabía su nombre de pila: dijo "no recordar" ni su apellido, ni su DNI, ni su fecha de nacimiento, ni siquiera el nombre de su padre. 

El viejo y conocido "Chino"
El personal Antimecheras de la Guardia Urbana ya conoce de vista a los personajes amigos de lo ajeno del centro tucumano. Claro, no los pueden detener sólo por verlos. Esta semana, divisaron al "Chino" de Banda del Río Salí entrar a un local de Colombraro, en 24 de Septiembre al 600. Mientras miraba las góndolas, se fue escondiendo en la campera, a la altura de la espalda, varios objetos. Con eso, ya tenían para detenerlo. Esperaron que salga y lo abordaron afuera. El "Chino" sacó los objetos robados: eran diez bandejas de plástico. Nueve de ellas, con una sola leyenda: "SONRÍE. Todo el tiempo". 

El ladrón más lento
Ocurrió esta semana en Roca al 300, de madrugada. Un peatón que pasaba por el lugar se dio cuenta de que la puerta de un bar había sido violentada y avisó a la Policía. Cuando los efectivos llegaron, encontraron roto el vidrio de la puerta y el ladrillo que habían usado para destruirlo. Era evidente que habían entrado a robar. Pasaron unos minutos, cuando uno de los policías escuchó un ruido que provenía de adentro. Entonces, apareció: por el agujero de la puerta, sacó la cabeza el ladrón, que todavía estaba atrapado adentro. Sin oponer resistencia, el chico se entregó. Tenía 17 años y, por suerte, no llegó a robarse nada. 

El sátiro de los vehículos
El miércoles, un vecino salió de su casa en Moreno al 400 y se dio con un hombre que estaba robando algo de uno de los autos estacionados. Lo siguió hasta el Parque 9 de Julio y, en la zona del trencito, se cruzó con policías que se unieron a la persecución. Lo interceptaron y le encontraron una bolsa negra de consorcio con el botín: al parecer, el hombre no había atacado un solo auto sino que venía ya vandalizando varios. Llevaba seis escobillas limpiaparabrisas, dos espejos retrovisores, un logo de Wolsvagen y, lo que más le habrá dolido que le secuestren, varios chocolates. El muchacho quedó aprehendido.

El delito es pequeño, pero se repite
La mayoría de estas historias mínimas termina con una imputación por hurto, delito que lleva una pena de entre un mes y dos años de prisión (como todos sabemos, las penas menores a tres años se cumplen en libertad la primera vez). Y, para colmo de males, al ser descubiertos y frustrados en su intento, la condena -en caso de llegar algún día- se reduce de un tercio a la mitad. Una verdadera ganga. 

La facilidad de los imputados para evitar ir a Villa Urquiza, probablemente, sea el origen de esta comunidad de delincuentes que, sin dañar físicamente a nadie, se van apropiando de lo ajeno como si de un verdadero oficio se tratare. Así, sus bolsas se van llenando de objetos de otras personas a quienes no le arruinan por completo la vida, pero sí les provocan serios perjuicios económicos. Esperan en libertad juicios que no llegan y, mientras tanto, continúan con lo que ellos ya consideran un "trabajo". 

El pequeño robo de cada día se comete en la ciudad a cualquier hora, a la vista de cualquiera. Las consecuencias son mínimas, al punto de generar más papelerío para el Estado que otra cosa. Mientras tanto, para la víctima ya es bastante gasto andar reponiendo un picaporte, una silla, un espejo retrovisor o lo que fuere, como para pensar en ponerse a pasillear tribunales o contratar a un abogado para asegurarse que al final se haga justicia. Así, el pequeño ladronzuelo tucumano sigue siendo parte del paisaje urbano.