La verdadera historia de lo que pasó en Chernobyl

Atrapados durante más de un mes en uno de los lugares más peligrosos del mundo, los trabajadores ucranianos se enfrentaron a las tropas invasoras de Vladimir Putin con heroísmo y astucia en pos de evitar un nuevo desastre nuclear
miércoles 11 de mayo de 2022
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A las 8 de la mañana del 24 de febrero, día del comienzo de la invasión rusa a Ucrania, en la central eléctrica de Chernobyl sonó una alerta de emergencia. La había emitido Valentin Geiko, quien en ese momento estaba a cargo del turno en uno de los lugares más peligrosos del mundo, escenario en 1986 del peor desastre nuclear de la historia.

Había informes de explosiones en toda Ucrania y avistamientos de aviones rusos sobre Chernobyl y Geiko llamó por teléfono a los jefes de departamento en el lugar para informarles de la situación. El turno de noche debía terminar a las 9 de la mañana, cuando un tren llevaría a los trabajadores de vuelta a Slavutych, la ciudad vivían junto a sus familias. Pero pronto llegó la noticia de que parte de la vía había sido retirada y el puente de la carretera sobre el río Dniéper había sido volado. Se había cancelado la rotación de turnos. Había 103 personas de servicio en la estación. Nadie se iba a casa.

Las sirenas antiaéreas sonaron durante el resto del día. Se ordenó a la mayoría del personal que se dirigiera al búnker situado bajo el edificio principal.

Anton Kutenko, que trabajaba en la gestión de residuos nucleares, llamó a su esposa, que cuidaba de sus dos hijos pequeños. “¿Cuándo vas a volver a casa?”, le preguntó ella. “No lo sé”, respondió él.

A las 16.15 horas, en una de las 25 pantallas que tenía frente a él, el jefe de seguridad Valeriy Semenov, vio que desde la frontera con Bielorrusia se acercaba un vehículo militar pesado y, un poco más lejos, tres vehículos blindados de transporte de personal y un convoy de camiones. En otra pantalla, Semenov vio a hombres con uniformes negros desembarcando en un puesto de control.

En tres minutos, las tropas rusas estaban a las puertas. Se detuvieron frente al edificio en sus vehículos, entre los que se encontraba un tanque. Al ver las imágenes de las cámaras, Semenov llamó a Geiko para informarle de que nueve intrusos estaban atravesando el torniquete principal. “Sí, puedo verlos a través de la ventana”, dijo Geiko. “Me están apuntando con sus armas”.

Fue el comienzo de días interminables de fuerte tensión, con el personal atrapado entre la amenaza de los soldados enemigos y los residuos radiactivos. La revista británica The Economist contó en una extensa crónica la historia completa de lo que ocurrido durante esas semanas. Una historia que habla de la valentía y astucia de los ucranianos que se enfrentaron a las tropas invasoras de Vladimir Putin.

Negociaciones

La central emplea actualmente a 2.600 personas -cocineros, ingenieros, médicos, guardias de seguridad- y unas 6.000 más trabajan en las oficinas y laboratorios, así como en los albergues y tiendas que les dan servicio. En la zona de exclusión, creada tras la explosión del reactor 4 en 1986 y uno de los lugares de la Tierra más contaminados por la radiación, también hay dos parques de bomberos para emergencias en la central eléctrica y para hacer frente a los incendios forestales del verano.

La semana anterior a la invasión de Ucrania, el número de soldados desplegados en Chernóbil se duplicó hasta superar los 170. Tras la llegada de los rusos, todos los ucranianos fueron obligados aentregar sus armas.

Al mismo tiempo, comenzaron las negociaciones para el control de la central. Geiko, Semenov y dos comandantes del ejército representaban a los ucranianos; entre los negociadores rusos había un general y un coronel.

Geiko les explicó que Chernobyl era una instalación especialmente peligrosa debido a las numerosas fuentes de radiación que había alrededor del lugar. Insistió en que él y su personal ucraniano mantuvieran el control operativo. Las negociaciones se prolongaron durante casi tres horas. En todo momento, le contó a The Economist, Semenov podía oír el rechinar mecánico de un convoy militar que se dirigía al sur, hacia Kiev.

Los ucranianos sabían que un tiroteo dentro de la planta podría ser catastrófico: los equipos podrían resultar dañados y los técnicos esenciales heridos. También sabían que estaban muy lejos de las líneas enemigas. No había ninguna posibilidad de que el ejército ucraniano los liberara.

Por eso, exageraron la amenaza de la radiación para obstaculizar los esfuerzos rusos por imponer un mayor control. Les advertían que se mantuvieran alejados de ciertas “zonas problemáticas”. Al mismo tiempo, no hicieron nada para evitar que los rusos se pusieran en peligro a sí mismos.

Semenov propuso que los soldados rusos tuvieran acceso al edificio de la administración y a algunas otras zonas. En particular, necesitaba mantenerlos alejados de los bloques de energía, una serie de edificios utilizados para dar servicio a los reactores desaparecidos. “Es la cabina de mando”, explicó a la revista británica, “la zona de la que quieres mantener alejados a los terroristas”.

Geiko y Semenov agotaron a los rusos con descripciones de protocolos, contingencias y advertencias funestas. Les convencieron de que la seguridad de la planta no podía garantizarse si se permitían las armas en las zonas operativas. “Logramos nuestros objetivos de negociación. Vivían con nosotros bajo nuestras reglas”, dijo Semenov.

Entregaron 170 pases a los rusos, pero sólo 15 de ellos pudieron acceder a la zona de residuos nucleares.

Había entre 400 y 500 soldados rusos estacionados en el emplazamiento de la central y sus alrededores, una mezcla de tropas regulares, policías antidisturbios y la Guardia Nacional de Rusia, que normalmente se despliega en el país. Ninguno de ellos mostraba insignias o rangos en sus uniformes.

Valeriy Semenov, el jefe de seguridad de la central, contó a The Economist que en los primeros días de la ocupación, los rusos intentaron utilizar sus pases para abrir todo tipo de puertas y portones. “Miren las fotografías de las paredes si quieren ver algo. Si quieren un poco de basura nuclear, puedo ponerles un poco en el bolsillo”, les dijo.

Semenov agregó que los soldados apostados en la central eléctrica se comportaron con moderación; en cambio, los que estaban en los laboratorios y edificios administrativos cercanos se dedicaron a saquear y cometer actos de vandalismo.

Robaron excavadoras, equipos forestales, vehículos especializados en el traslado de residuos nucleares y todos los coches que encontraron. Saquearon laboratorios y oficinas, arrancaron servidores y se llevaron ordenadores portátiles, cámaras y equipos de proyección. Se llevaron hervidores eléctricos y despertadores de las habitaciones de los albergues y cubiertos de los comedores. Los invasores también cavaron zanjas alrededor del Bosque Rojo, una zona altamente contaminada donde cayeron gran parte de los restos radiactivos.

También llegaron varios funcionarios de RosAtom, una empresa estatal rusa de energía nuclear. Semenov dijo que tuvo la sensación de que su estatus era incluso superior al de los generales. Les vio sacar cajas del lugar un par de veces. “No tengo ni idea de lo que estaban haciendo”, dijo. “Creo que buscaban esos laboratorios de armas biológicas estadounidenses” (un elemento básico de la propaganda rusa).

Semenov, quien es licenciado en ingeniería y física y pasó toda su vida laboral en el sitio, advirtió a su personal que no se arriesgara a una confrontación ni a tomar fotos con sus teléfonos. “Tenía que mantener la calma y la estabilidad. No quería provocarlos. Era muy importante mantener su confianza”. Consideraba que su principal deber era “equilibrar la seguridad de la planta y del personal”.

Sabía que el personal estaba enojado con los ocupantes.

En general, los ucranianos evitaban a los rusos, pero de vez en cuando les preguntaban: “¿Qué hacen aquí? ¿Qué quieren aquí? ¿Por qué no se van a casa?”. Los soldados solían murmurar y se marchaban. A veces decían que habían venido a liberar a Ucrania de los radicales o simplemente decían que cumplían órdenes.

“Hubo momentos difíciles... La gente -los ucranianos- estaba dispuesta a todo”, dijo Semenov.

También llegaron varios funcionarios de RosAtom, una empresa estatal rusa de energía nuclear. Semenov dijo que tuvo la sensación de que su estatus era incluso superior al de los generales. Les vio sacar cajas del lugar un par de veces. “No tengo ni idea de lo que estaban haciendo”, dijo. “Creo que buscaban esos laboratorios de armas biológicas estadounidenses” (un elemento básico de la propaganda rusa).

Semenov, quien es licenciado en ingeniería y física y pasó toda su vida laboral en el sitio, advirtió a su personal que no se arriesgara a una confrontación ni a tomar fotos con sus teléfonos. “Tenía que mantener la calma y la estabilidad. No quería provocarlos. Era muy importante mantener su confianza”. Consideraba que su principal deber era “equilibrar la seguridad de la planta y del personal”.

Sabía que el personal estaba enojado con los ocupantes.

En general, los ucranianos evitaban a los rusos, pero de vez en cuando les preguntaban: “¿Qué hacen aquí? ¿Qué quieren aquí? ¿Por qué no se van a casa?”. Los soldados solían murmurar y se marchaban. A veces decían que habían venido a liberar a Ucrania de los radicales o simplemente decían que cumplían órdenes.

“Hubo momentos difíciles... La gente -los ucranianos- estaba dispuesta a todo”, dijo Semenov.

El jefe de seguridad de la central que desactivar varios enfrentamientos. Una tarde los soldados rusos empezaron a disparar al aire, aparentemente intentando derribar drones. En otra ocasión, los rusos organizaron un encuentro con la prensa y llegaron con cajas de ayuda humanitaria para entregarlas a los ucranianos delante de las cámaras de televisión. Los ucranianos se negaron a aceptarlas.

El personal durmió en sus oficinas. Semenov compartió una cama de campaña y dos sacos de dormir con cinco colegas.

Todos los días, los trabajadores visitaban la clínica médica. La mayoría de las quejas estaban relacionadas con el estrés: calambres, estreñimiento, eczema, hemorroides.

Había suficiente comida en la central para varias semanas. De vez en cuando los ucranianos charlaban con los soldados rusos, que comían por separado, durante las pausas para fumar. Las tropas rusas se jactaban de que Kiev sería tomada en tres días. Cuando el avance ruso se estancó, argumentaron que estaban luchando contra un ejército de soldados estadounidenses, legionarios extranjeros franceses y criminales a los que Volodimir Zelensky, el presidente de Ucrania, supuestamente había liberado de la cárcel.

Pero los informes sobre el fracaso del asalto ruso a Kiev se filtraron a los rusos en la central. Algunos soldados querían ver las noticias de la televisión. No entendían el ucraniano, pero podían ver las imágenes de los tanques quemados y los cuerpos de los soldados rusos. En voz baja, algunos dijeron que no sabían qué estaban haciendo ahí.

Corte de electricidad

El 9 de marzo en la central se cortó la electricidad, fundamental para controlar y enfriar el detritus nuclear. Si se corta la electricidad, aumenta el riesgo de una fuga

Nadie sabe por qué. Quizás se dañó en los combates o fue causada por un sabotaje. Había generadores de reserva, pero el combustible sólo duraba 24 horas. Los ucranianos dijeron a los rusos que sólo había suficiente para 12. “Si hay un accidente”, le dijo Semenov a un oficial, “usted es el responsable”.

Se enviaron electricistas para reparar la línea. El área fuera de la zona de exclusión era difícil de manejar y había escaramuzas esporádicos. Hubo malentendidos entre los soldados rusos y los electricistas ucranianos. Aún así, alrededor de la hora del almuerzo del tercer día de apagón, se restableció el suministro eléctrico durante dos horas y media. Apenas 15 minutos después de que la televisión ucraniana anunciara que la planta volvía a estar en línea, la electricidad volvió a cortarse.

El personal tuvo que priorizar el suministro: se apagaron los calentadores eléctricos y los equipos innecesarios. Los generadores requerían una reposición casi constante: cada tres horas durante el día, cada cinco por la noche.

Todos los camiones cisterna que mantenían el funcionamiento de Chernobyl eran redirigidos desde el ejército ruso paralizado cerca de Kiev. Finalmente, la paciencia rusa se agotó. Un general declaró que Chernobyl estaba sacando demasiada gasolina del frente y le dijo a Geiko que tendrían que conectarse a la red de Bielorrusia. Geiko no tenía elección: el peligro de no hacerlo era demasiado grande. Insistió en una condición: si Chernobyl recibía electricidad de Bielorrusia, también debía hacerlo Slavutych, la ciudad donde vivían los familiares y que también estaba sin electricidad.

Después de dos semanas, las tropas de Chernobyl fueron enviadas al sur, hacia Kiev. Se emborracharon la noche antes de partir. Algunos se quejaron de que les hacían marchar hacia una “muerte segura”. Cuando llegó una nueva guarnición, los restos de un batallón de marines que había estado luchando cerca de Kyiv, los neumáticos de sus vehículos estaban tan destrozados que Semenov se sorprendió de que pudieran conducir. En la planta, se desplomaron extendidos sobre la hierba, exhaustos. Un comandante le dijo a Semenov que no dejara que su personal se enemistara con ellos; habían perdido demasiados camaradas.

El 20 de marzo, tras 25 días de ocupación, los rusos permitieron que la mayor parte del personal ucraniano de Chernobyl se fuera rotando (Semenov se quedó, ya que sus compañeros estaban asediados en Chernihiv, tenían hijos pequeños o se habían unido a las Fuerzas de Defensa Territorial).

Ataque y protestas en Slavutych

En tanto, los rusos se acercaban a Slavutych. El 22 de marzo, las fuerzas rusas dieron un ultimátum para que la ciudad se rindiera antes de las 3 de la tarde del día siguiente.

El 23 de marzo, los rusos avanzaron tímidamente, disparando varias salvas en el puesto de control más alejado de la carretera de Slavutych. Al día siguiente “empezó el tiroteo de verdad”, dijo Yuri Fomichev, el alcalde. Ambos puestos de control fueron destruidos, matando al menos a tres personas. El propio Fomichev fue detenido por soldados rusos.

Mientras Fomichev era interrogado, se había reunido una multitud de 5.000 personas que desplegó una bandera ucraniana gigante y coreó: “¡No a los ocupantes!”. Alrededor de 50 soldados rusos se situaron delante de los coches blindados y los tanques, disparando gases lacrimógenos y balas al aire para dispersar a la multitud.

Finalmente, Fomichev consiguió que la multitud se retirara a la plaza principal. Su acatamiento pareció calmar la ira rusa. Después de que las tropas registraran la ciudad en busca de soldados ucranianos, aceptaron retirarse a una gasolinera cercana, donde desviaron el combustible y saquearon el quiosco. Se marcharon al día siguiente.

Cuando las noticias de los combates en Slavutych llegaron a Chernobyl, Semenov y Geiko amenazaron con dejar de cooperar con los rusos si no cesaban los ataques. Un general ruso negó, cada vez con más énfasis, que alguna de sus tropas estuviera cerca de la ciudad. La relación de Semenov con el general había sido antes cordial; ahora se deterioraba. Pero no se arrepentía. “Era nuestra única forma de intentar ayudar a Slavutych”, dijo.

Ante los contraataques ucranianos en torno a Kiev, las tropas rusas comenzaron a retirarse hacia la frontera con Bielorrusia el 31 de marzo. Se llevaron a los guardias nacionales como prisioneros de guerra. Los neumáticos de sus vehículos esparcieron polvo radiactivo en el aire mientras se retiraban.

Cuando los últimos rusos abandonaron Chernobyl el 2 de abril, los ucranianos volvieron a colocar su bandera en el asta principal. Semenov encontró otra bandera, más vieja y andrajosa, en un cuarto trasero: la lavó, la reparó y la izó fuera de su edificio.

Unos días después, el el 26 de abril, aniversario de la catástrofe de Chernobyl, Semenov compartió una foto en la que aparecía sosteniendo con orgullo una medalla con una cinta azul y amarilla: por su servicio durante la ocupación de la central, el presidente Zelensky le había concedido la Orden del Valor.

Crece la resistencia interna rusa a pesar de la represión