Opinión (*) Una visión sincretista del futuro

Decadencia del modelo kirchnerista, el fracaso del gobierno de Macri, la pandemia e impotencia del actual gobierno generaron un creciente pesimismo sobre el futuro.
domingo 13 de febrero de 2022
Máximo Kirchner
Máximo Kirchner

La acumulación de estos tres períodos consecutivos de deterioro conforma una neodecadencia dentro de un proceso más amplio de decadencia que comienza  a evidenciarse en todo tipo de estadísticas a partir de mediados de los años 70. A poco de asumir el próximo presidente, en 2024, se cumplirán 50 años desde que la Argentina dejó de ser lo que venía siendo.

Las ondas de Kondrátiev, llamadas “ciclos K” o ciclos de largo plazo de la actividad económica, de entre 46 y 60 años, fueron expuestas por el economista Nikolái Kondrátiev, como fluctuaciones cíclicas de forma sinusoidal, desarrolladas por el capitalismo. En su caso, Kondrátiev midió Inglaterra entre 1789 y 1920, la por entonces principal economía del mundo.

Fue el célebre economista austríaco Joseph Schumpeter quien bautizó estos ciclos con el nombre de Kondrátiev, pero ya en 1847 había salido publicado en la revista Railway Register un artículo titulado “Economía física: una investigación preliminar sobre las leyes que rigen los períodos de hambruna y pánico”, donde los ciclos tenían esa duración promedio de cincuenta años, en este caso, entre la crisis de 1793 y el año de publicación, también en Inglaterra.

La Argentina tuvo tres ciclos largos de alrededor de cincuenta años cada uno: entre 1880 y 1930, entre 1930 y 1975 y desde 1975 hasta hoy. Marshall McLuhan sostenía que los seres humanos tendemos a proyectar el futuro como una foto del pasado reciente, lo que muchas veces nos impide ver los cambios que se están por producir. ¿Habrá llegado la Argentina tan bajo que pueda estar a punto de agotar su ciclo de decadencia?

El argumento de que siempre se puede empeorar es plausible pero no axiomático. También podría mejorar. Pronósticos que en su acierto dependerán de cuáles sean  consideradas las causas de nuestra decadencia y sus posibles remedios.

Una visión del futuro que basa su diagnóstico en cuestiones idiosincráticas  parte de una visión del pasado sobre por qué se produjeron estos ciclos de cincuenta años en la Argentina. Y encuentra su explicación en la clásica pugna entre quienes persiguen un modelo de país europeo y quienes aspiran a imponer otro criollo. Muy simplificadamente, el ciclo largo de 1880 a 1930 cosecha la modernización que se introdujo a partir de la derrota de la Argentina gaucha, representada por Juan Manuel de Rosas. Y el ciclo largo de 1930 a 1975 es el del regreso de los nietos de los derrotados el siglo anterior con el triunfo de la Argentina nacional y popular. Cada Argentina creyó que había erradicado a la otra, y la comprobación de ese error de cálculo llevó a la última dictadura a literalmente hacer desaparecer a la generación que en la época representaba ese país opuesto y tratar de cambiarles la identidad a sus descendientes. Abominable fracaso de la dictadura. También fracaso del setentismo reivindicativo del kirchnerismo, en su caso tratando de anular simbólicamente a la otra Argentina. Desde 1975 ninguna Argentina logra imponerse sobre la otra duraderamente como sí lo hicieron los liberales en 1880 y los nacionalistas a partir de 1930. Nuestra decadencia de los últimos cincuenta años sería resultado tanto de la imposibilidad del triunfo de unos como de la incapacidad de integración de ambos.

Simplificadamente, se podría decir que el error de Macri fue querer transformar a la Argentina en lo que no es y el error de Cristina Kirchner,  querer arrollar a la Argentina liberal (en sentido cívico, lo contrario a los libertarios). Ninguna de esas Argentinas pudo relacionarse con la otredad.

Se sostiene que el rumbo de Macri era correcto pero que falló en la implementación. Esta visión, en cambio, parte de que el problema no fue solo instrumental, sino constitucional: no se puede convertir a una cultura en otra. De la misma manera que comprueba ahora Cristina Kirchner y más visceralmente Máximo Kirchner, que no pueden reducir a la Argentina a solo la parte a la que adhieren.

Si esa lección fuera la que está aprendiendo la sociedad en este largo calvario, podría alumbrar en 2024 el comienzo de otro ciclo, donde las dos coaliciones estén dominadas por integristas, por políticos y economistas que comprendan la otredad y tengan la sabiduría de aceptar la inmodificable existencia del otro.

En la discusión sobre el acuerdo con el FMI que ya se comenzó a esbozar, salieron derrotados en ambas coaliciones los halcones de la oposición que no querían apoyar al Gobierno en su trámite en el Congreso, y los extremistas de la coalición gobernante, a quienes Máximo Kirchner corporizó con su renuncia a conducir la bancada oficialista en Diputados.

Si los líderes que vengan fueran aquellos que hagan pasar a la historia a los significantes de la grieta, tanto del Frente de Todos como de Juntos por el Cambio, otro largo ciclo de la Argentina podría ser posible. Un largo ciclo que no sea la caricatura patética de ninguno de los dos anteriores más exitosos: ni la nostalgia del país de 1910 ni la del país de 1945. Que no fuera solo la respuesta al fracaso del último ciclo desde 1975, sino, implícitamente, también de esos supuestos ciclos exitosos que se construyeron sobre pies de barro al no poder integrar a la otra mitad tratando de anularla en alguna forma de muerte civil.

Esa situación daría origen a una alternancia en el poder no dramática de ambas coaliciones representadas por personas que puedan entenderse en el disenso. Confucio dijo: “Di algo y lo olvidaré, enséñame algo y lo recordaré, hazme partícipe de algo y lo aprenderé”.

Creer que la enfermedad que nos atrapó durante cincuenta años es la patología de la polarización puede encontrar asidero en lo que podría llamarse neuropolítica: el creciente bloqueo a cualquier información racional que contradiga el sesgo cognitivo en las personas enojadas. Sobran ejemplos de personas inteligentes que inhiben el razonamiento atrapadas en sus emociones. Si el cerebro acaba pensando lo que sentimos, los líderes del nuevo ciclo tendrán que ayudar a cambiar los sentimientos de unos hacia otros y no más a sobreexcitarlos. Líderes en los que prime el pathos (la empatía) sobre el logos (las ideas). No es imposible, hay muchos dirigentes así, que emergerán más aun cuando la sociedad se harte de la polarización y descubra el alto costo que paga por ella.

(*) Jorge Fontevecchia - Perfil

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