Apasionantes historias que derivan en el sorpresivo 4,9% de inflación

En un país donde es tan complicado alcanzar consensos, el fiscalismo empieza a instalarse como política de Estado. ¿Acaso no es lo que Cristina resistía?
domingo 18 de diciembre de 2022
Sergio Massa y Cristina Kirchner, dos figuras políticas de envergadura por estos días
Sergio Massa y Cristina Kirchner, dos figuras políticas de envergadura por estos días

Por Ernesto Tenembaum.- El jueves pasado, casi al mismo tiempo que se conocía el índice de inflación más bajo desde febrero, Sergio Massa participó de un acto que, hace unos meses, hubiera sido una declaración de guerra -o, al menos, una descarada provocación- contra Cristina Kirchner. El anfitrión del acto fue el titular de Techint, Paolo Rocca, a quien la Vicepresidenta había acusado apenas seis meses atrás por fabricar en Brasil y no en la Argentina las láminas de chapa necesarias para construir el gasoducto Néstor Kirchner. Durante ese acto, Massa repitió una frase de Ernesto “Che” Guevara pero con algunas variantes. “Necesitamos un, dos, tres Vietnam”, había dicho hace varias décadas el ícono guerrillero. “Necesitamos cuarenta empresas como Arcor y Techint”, se adaptó esta vez el ministro de Economía. ¿Arcor y Techint no eran, justamente, los culpables de la inflación para la Vicepresidenta? En el cónclave, Techint no se privó de nada: proyectó una video institucional donde, precisamente, se puede ver a trabajadores brasileños explicando cómo producen la chapa laminada para el gasoducto Néstor Kirchner: aquello que, justamente, enfurecía a Cristina.

Pero lo más trascendente no fue eso, sino que Massa fue categórico respecto de su política económica. “No se puede financiar al Estado con emisión. Porque así nuestra moneda nunca va a tener credibilidad. Desde que asumí, cerramos el año sin tener que recurrir al Banco Central”. Otro desafío, o provocación, o declaración de guerra. Durante las últimas décadas, los economistas del peronismo debatieron hasta el cansancio si la emisión producto del déficit fiscal genera o no inflación. La definición categórica de Massa lo ubica en uno de los polos de ese debate: exactamente el opuesto al de Cristina, durante cuya presidencia la Argentina perdió el superávit fiscal y, no casualmente, también se reinstaló la inflación. No es, además, la primera vez que Massa dice eso: de hecho, fue una de las promesas formuladas el día de su asunción. Pero, a medida que avanza su gestión, esos gestos ganan en trascendencia, sobre todo porque, como se puede ver en los últimos meses, la inflación parece ceder un poco.

En realidad, Massa ha confirmado la idea dominante entre todos los que ocuparon su cargo desde diciembre de 2015, cuando asumió Mauricio Macri. Alfonso Prat Gay, Nicolás Dujovne, Hernán Lacunza, Martín Guzmán, Silvina Batakis y Sergio Massa podrán disentir respecto de política industrial, legislación laboral, métodos para llegar al equilibrio fiscal, niveles de control de cambios, régimen impositivo, estrategias para dominar los precios, y tantas otras cosas. Pero hay algo en lo que están todos de acuerdo: la emisión, y por lo tanto el déficit fiscal, juega un rol importante en la generación de inflación. En un país donde es tan complicado alcanzar consensos, ese parece ser uno que atraviesa a los distintos sectores de la política argentina y es algo que atrae al empresariado. Detrás de los gritos y los ruidos, hay una evidente corriente subterránea de acuerdos. El fiscalismo, sea eso correcto o no, empieza a instalarse como política de Estado.

Pero, ¿no es todo eso exactamente lo que resistía Cristina Kirchner hasta la asunción de Massa? En todo el período que empezó el 10 de diciembre de 2019 y terminó con la renuncia de Guzmán, Kirchner cuestionó abiertamente el acercamiento de Alberto Fernández a los empresarios más poderosos del país, impulsó expropiaciones, permitió que su gente respaldara la toma de un campo, intentó alineamientos internacionales alternativos a los Estados Unidos, cuestionó al grupo Techint, planteó la necesidad de impulsar la economía a través del consumo, denunció la existencia de un ajuste, sostuvo que el peronismo perdería las elecciones si no era audaz con medidas que distribuyeran el ingreso, aumentaran los salarios reales y multiplicaran el gasto público. Ese proceso terminó con la carrera de Guzmán.

Luego, Massa fue mucho más allá que Guzmán en todos los frentes: en la confraternidad con los sectores dominantes del empresariado, la reducción del gasto, los recortes a los planes sociales, y el enfoque general del Gobierno. Algunos de sus diagnósticos públicos hubieran generado una reacción airada, como aquel día que dijo: “No vamos a ganar las elecciones expandiendo el gasto. Vamos a ganarlas si frenamos la inflación”. Por mucho menos, Fernanda Vallejos humilló al Presidente en aquellos famosos audios. Hoy ni se la escucha. Pero, además, una de las principales estrategias del ministro consistió en derivar cientos de miles de millones de pesos hacia las exportadoras para generar divisas. Máximo Kirchner, en un discurso aislado, sostuvo que el Gobierno se “puso de rodillas” al decidir eso. Pero fue apenas eso, un discurso aislado.

Las razones por las que Cristina Kirchner permite al actual ministro decir y hacer cosas que, hasta hace muy poco, le resultaban insoportables son un misterio. La hipótesis más lineal se inclina a sostener, simplemente, que la Vicepresidenta claudicó. Por la razón que fuera: porque no se animó a empujar al abismo a Alberto Fernández cuando renunció Guzmán, porque cree que ya no le da la energía para empujar sus ideas. Pero lo cierto es que optó por Massa y consiente en silencio que haga todo lo contrario a lo que ella decía que había que hacer.

Pero tal vez la Vicepresidenta sea más pragmática de lo que está dispuesta a reconocer y las ideas que decía defender eran solo retórica, una herramienta para insuflar mística a sus exaltados seguidores, o para debilitar a sus enemigos, el Presidente que no le atendía el teléfono y el ex ministro de Economía que le discutía en público. Una vez que derribó al segundo y aisló al primero, arrió sus banderas y dio un giro copernicano. La historia del peronismo en los ochenta recorrió un periplo similar. Debilitó a Raúl Alfonsín con el manual de Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. Hasta que Alfonsín fue derrotado y entonces levantó el pabellón de don Alvaro Alsogaray. El objetivo era, en ese entonces como ahora, bajar la inflación. Cristina Kirchner es hija, entre otras, de esa historia, que protagonizó desde niveles subalternos.

Así las cosas, Massa opera con libertad y desenfado y esta semana pudo exhibir un logro relevante. El índice de inflación, que en agosto había llegado al 7,5 por ciento, ahora bajó al 4,9. Ese número es, al mismo tiempo, una buena y una mala noticia. Buena, porque efectivamente refleja una desaceleración del aumento de precios; mala, porque aún es altísimo. Pero, en principio, produce dos efectos positivos. En la terrible semana en la que asumió, no era descabellado pensar que Alberto Fernández se pudiera ir del poder antes de tiempo, en medio de un estallido hiperinflacionario. Eso, ahora, parece muy lejano. No es poca cosa.

El viceministro Gabriel Rubinstein, un hombre que fue muy despectivo con Cristina Kirchner antes de asumir, destacó que el resultado fue producto de la reducción del gasto, más las negociaciones sectoriales, más la acumulación de divisas y anticipó que este proceso recién empieza. Algunos economistas plantean que el Gobierno reprime la inflación mediante la acumulación de deuda en pesos o la reducción de importaciones y que, tarde o temprano, eso genera una olla a presión que hará volar todo por los aires, como ocurrió tantas otras veces. Pero quién pudo evitar el precipicio hace cuatro meses, tal vez pueda hacerlo ahora.

Es razonable pensar que el contexto haya favorecido la gestión de Massa, porque algunos motores de la inflación se desactivaron. La inflación del 7,5 por ciento incluía entre sus causas la emisión monumental que realizó el Estado durante la pandemia, la guerra en Ucrania, la desgastante pelea interna en el Gobierno que limitaba al extremo el margen de acción del ministro de Economía, las expectativas de devaluación que crecían con la brecha cambiaria. Algunos de esos elementos, como la guerra y la pandemia, ya no impactan con la intensidad de hace unos meses. La reconstrucción de la autoridad política, y de su capacidad de articulación, serena un poco más las cosas. Además, la recesión cumple su propio rol: ya no hay tanto espacio para subir los precios. En ese contexto, ¿cuál será el piso? ¿Este 4,9? ¿Será realista el pronóstico de bajar a 3 y algo en abril? Las espantosas certidumbres que existían en agosto se han transformado ahora en preguntas: otro mérito del inasible ministro.

El 4,9 por ciento tiene, también, efectos políticos. Si la inflación, en pocos meses, se ubica entre 3 y 4, eso podría ser una plataforma para que Massa se transforme, luego de tantas vueltas, en el candidato del peronismo. Como se sabe, Cristina Kirchner tiene con él una relación fluctuante. Massa fue uno de los que rompió con ella y dijo de ella las peores cosas: un traidor, según la mirada de la Cristina dogmática. Entonces, si él lográ bajar la inflación un poco más, ¿no reaccionará ella para debilitarlo? ¿No está eso en su naturaleza? O, al contrario, se reeditará la historia del 2019: la Jefa será más pragmática que nadie y transformará a otro “traidor” en Presidente para volver a maltratarlo una vez que gane.

Mientras todos estos misterios se develan, Sergio Massa y Paolo Rocca disfrutan de su luna de miel.

Y Cristina observa todo como si tal cosa.

El kirchnerismo, como se ve, resiste cualquier mirada lineal: quienes lo aman y quienes lo odian tal vez lo hagan por razones erróneas.

Es raro

Es, realmente, muy raro.

Fuente: Infobae

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