Plan Massa-Kicillof y los mensajes envenenados a Cristina

El Presidente tiró dos misiles desde París. Máximo Kirchner está enojado y lo hizo saber. Y el gobernador trazó un ultimátum por la suba de precios.
domingo 13 de noviembre de 2022
massa  y kicillof
massa y kicillof

Por Santiago Fioriti.- "Yo voy a hacer la mía”, le dijo Alberto Fernández a uno de sus mejores amigos, en las horas previas a tomar el avión rumbo a París.

—Pero, ¿y Cristina? — quiso saber su amigo, como sumergido en un loop eterno.

—Yo sé que me equivoqué porque pensé que ella había cambiado —contestó el Presidente— Pero hay que seguir. No hay que darle más bola.

Los amagues de emancipación presidencial llevan casi tres años. Ni su círculo áulico se toma en serio que hoy haya espacio para proezas semejantes. No lo hubo cuando ganó la elección en 2019 y asomaba una nueva era que venía a barrer con las desgracias que dejaba el macrismo. Tampoco se animó cuando su imagen alcanzó niveles inéditos de popularidad, solo comparables a la primavera alfonsinista, durante los primeros meses de la pandemia. Ni lo hizo cuando el cristinismo presentó renuncias masivas, tras la derrota en las legislativas, y varias voces de su equipo sugerían que era la última posibilidad de gestar su propia administración. ¿Por qué habría espacio ahora?

Fernández sospecha que sus aliados atraviesan un período de fuerte desgaste ante la sociedad y asocia ese desgaste no solo a la crisis inflacionaria sino al juego perverso al que lo sometió Cristina desde el día de la asunción, que la habría alejado de un sector que no es kirchnerista pero sí cercano. Como si los ciudadanos pudieran disociar al Presidente y a su vice. Fernández cree que, aun con niveles bajísimos de imagen, existe un resquicio para su resurrección.

Parece dispuesto a exhibir cierta autonomía, mientras envía mensajes envenenados contra su mentora e implora que funcione el plan de Sergio Massa para detener la escalada de precios. Si eso ocurriera, podría -aunque no fuera pelear por un segundo mandato- llegar al proceso electoral con poder de negociación.

Fantasías hay para todos y todas. Un ministro acaba de reunirse con un empresario de medios kirchneristas para transmitirle que, si Alberto no se postulara, él estaría dispuesto a presentarse en nombre del albertismo para enfrentar al kirchnerismo duro. El empresario pensó que lo estaba cargando. Era en serio.

“No se olviden que también soy el presidente del PJ”, les deslizó Alberto a sus colaboradores. “Él mantiene el deseo de ser reelegido y está bien porque de lo contrario no podría levantarse a la mañana”, lo justificó uno de ellos. En París se lo notó más aliviado. Es natural, la vida es menos hostil departiendo con Emmanuel Macron sobre cómo arreglar el mundo que transitando una Buenos Aires colapsada por piquetes.

París era una fiesta hasta que en los teléfonos de la comitiva oficial se instaló la polémica ocasionada por Gabriela Cerruti, que se burló de los familiares que homenajearon a las víctimas del Covid dejando piedras en la Plaza de Mayo. Cerruti misma difundió el video, generando la extraña sensación de que a la portavoz presidencial, que llegó con la misión de cuidar a Alberto, le hace falta una portavoz para que cuide de ella.

Como en la interna del Frente de Todos no se espera mucho de Fernández, él pretende usar el no diálogo con la vicepresidenta, y los ataques recurrentes que recibe en beneficio propio. Por eso se niega, pese a la insistencia de La Cámpora y del propio Massa -que mantiene una alianza con Máximo Kirchner especulando con que, al final del camino, el camporismo termine abrazando su proyecto- a convocar a una mesa política. Considera que, llegado el momento, será Cristina la que deba sentarse con él para charlar a solas.

Desde la capital francesa, de paso, les mandó dos misiles a sus aliados. Dejó en claro que no moverá un dedo para eliminar las primarias, como reclama La Cámpora a través de Eduardo De Pedro, y transmitió que no habrá suma fija por decreto para los trabajadores, como exigió Cristina en su primer discurso después del intento de magnicidio.

La tercera maldad fue alargar su regreso. El martes se conocerá el índice de inflación de octubre. Se supone que estará por encima del 6,2% de septiembre; es decir, volverá a subir y se acercará a las temidas tres cifras para este año. El martes, Cristina lucirá como presidenta en ejercicio. Como si alguien quisiera recordarle que, haga lo que haga, ella no es opositora, sino el corazón de este proyecto.

Son imágenes satánicas de las que la política nunca prescinde. No deja de ser cierto que la rebeldía de Fernández se viene transformando en un dolor de cabeza adicional para Cristina. La ex presidente brama en privado, pero ha dejado de contestarle. Hasta detuvo sus impulsos epistolares. Deja que las réplicas queden en poder de sus súbditos.

Los embates los lidera siempre La Cámpora. En público lo hacen Andrés Larroque y, a veces, De Pedro; detrás del telón aparece Máximo Kirchner. El diputado es el más enojado con los gestos de independencia que emanan del albertismo. “Para nosotros todo esto es una nueva declaración de guerra”, le dijo hace unos días al vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos, en un inesperado encuentro en el despacho de Cecilia Moreau, en la Cámara de Diputados. Máximo hablaba con un tono más que elevado. Un diputado entró en ese momento y, al ver la escena, prefirió cerrar la puerta y volver al recinto.

A Máximo lo exaspera, como a su madre y como a todo el país, que los precios suban semana a semana y que los salarios continúen perdiendo la carrera contra la inflación. No hay relato que aguante. Si la inflación de 2022 va a estar cerca de duplicar la que dejó Mauricio Macri no puede ser que, además, los sueldos queden atrasados tanto o más que en la gestión anterior. Es una posibilidad, sin embargo. De ahí los pedidos destemplados a Massa para que meta mano en las góndolas.

El ministro de Economía acaba de lanzar el programa Precios Justos, que no es otra cosa que un congelamiento de productos en los supermercados, en este caso por un total de 1.788 y por 120 días. Un viejo plan del kirchnerismo, que nació con la dupla Axel Kicillof-Augusto Costa a fines de 2013, luego de que la inflación trepara al 27,4%. Desde entonces, esa misma metodología tuvo distintos nombres y modalidades.

En la Argentina de los últimos años no solo se multiplicaron la cantidad de dólares. También se multiplicaron los programas de precios bajo control -o supuestamente bajo control- por parte del Estado. Hoy siguen en pie Precios Cuidados, que ahora se fusiona con Precios Justos; el programa de cortes populares de carne; un acuerdo para que haya medicamentos que suban hasta un punto menos que la inflación; existe un fideicomiso de harina para subsidiar el pan; un congelamiento para hilados textiles y el plan Ahora 30, para que, por dos meses, no haya incrementos en ciertas categorías de electrodomésticos.

Hasta hace tres semanas, Massa se negaba al congelamiento de productos anunciado el viernes. Decía que era como pisar una manguera para frenar el agua y que tarde o temprano el agua saldría toda junta. Y su segundo, Gabriel Rubinstein, fue siempre un tenaz opositor a este tipo de implementaciones.

Rubinstein, a instancias de su equipo de comunicación, fue uno de los primeros en aplaudir la nueva iniciativa en Twitter. Pero hace solo diez meses, en una entrevista con Ser Industria Radio decía esto: “Si el gobierno decide congelar los precios, debería pensar en congelar la estructura de costos de las empresas o las llevará a la ruina. Tendrían que congelar las tarifas, los salarios, el dólar y para que todo eso funcione la emisión monetaria, para que no haya déficit fiscal. Con todo eso, no habría que congelar los precios porque se mantendrían quietos. Es decir que son políticas desarticuladas del resto, que generan un nivel de riesgo y explosión mayor con algún efecto efímero”.

Cristina, inspirada en Kicillof, fue determinante para el cambio de parecer del equipo económico. “Si no hacemos algo con los precios nos lleva puesto la inflación”, llegó a plantearle Kicillof en charlas reservadas. El gobernador estuvo reunido la semana pasada con Cristina en el Senado y en los últimos días habló con ella todos los días. Por eso algunos han comenzado a hablar de que, en verdad, se trata del plan Massa-Kicillof.

El mandatario bonaerense llevaba meses presionando para un acuerdo así. No es solo ideología. Tiene un tablero con el que monitorea la imagen de su gestión que le arrojaba datos inquietantes. “No hay sueldo que alcance”, es el planteo que recibe.

En la reunión en Parque Norte, donde el jueves se celebró la 28° Conferencia Industrial, Massa les prometió a los empresarios que, a cambio del esfuerzo, les facilitarán los dólares necesarios para importar.

“Es un favor que te pedimos”, oyó. Los ejecutivos aducían falta de stock y hablaban de una situación límite, mientras se sacaban selfies con el ministro y destacaban su carisma. Solo les faltaba ponerse de rodillas.

Fuente: Clarín

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