Un 17 de octubre que mostró un peronismo dividido

Pocas veces el peronismo se mostró tan triste y desanimado en el ejercicio del poder, y peor, en ocasión de ocupar las calles para celebrarse a sí mismo.
martes 18 de octubre de 2022
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El peronismo se reunificó en 2019 detrás de la promesa de que se podía volver a crecer y distribuir emparchando la economía kirchnerista. Los flacos resultados de esa promesa están sumiéndolo de nuevo en la fragmentación. Y no hay enemigo externo que pueda remediarlo. Porque a más de dividido, luce cada vez más deprimido, y deprimido no logra sacar provecho de sus recursos habituales, la victimización y la polarización.

Que entró en trance melancólico lo dejó ver este 17 de octubre. Lo peor no fue que cada uno hiciera el festejo por su lado, sino que todas las convocatorias suscitaran lo mismo: un tufillo a ritual gastado, cierto clima de velorio mal avenido, cargado de reproches a los parientes, de lamentos por lo que se ha perdido y no se entiende muy bien culpa de quién. Pocas veces el peronismo se mostró tan triste y desanimado en el ejercicio del poder, y peor, en ocasión de ocupar las calles para celebrarse a sí mismo, algo que sabe hacer mejor que nadie.

Aunque si recorremos su historia, claro que la crisis actual podría destacarse por lo módica y pacífica, al menos hasta ahora.

Es que ya varias veces el peronismo se dividió mientras gobernaba. Debido a, para seguir con las metáforas psicoanalíticas, heridas narcisistas que no supo cómo procesar, a quién o qué atribuir, y que resquebrajaron su unidad. Todas las veces con resultados trágicos para el país.

En la primera mitad de los años ‘50 del siglo pasado sus disputas intestinas llevaron a la represión y militarización de la protesta sindical, una guerra abierta con la Iglesia Católica y el quiebre en las Fuerzas Armadas, un dato decisivo para entender el golpe del ‘55. Los herederos de Perón prefieren no recordarlo, pero ese golpe fue más resultado de esos problemas internos, que de la ofensiva de los antiperonistas, que nunca hubieran logrado triunfar por sí solos.

    

Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Hugo Yasky, Pablo Moyano y Andrés "Cuervo" Larroque en el acto de La Cámpora de Plaza de
Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Hugo Yasky, Pablo Moyano y Andrés "Cuervo" Larroque en el acto de La Cámpora de Plaza de Mayo.


Veinte años después las cosas fueron aún peores, mucho peores. No hubo realmente guerra civil en la Argentina de los ‘70, pero sí hubo guerra fratricida en el peronismo. Tanto por razones económicas, la cada vez más aguda divisoria de aguas entre los partidarios de la distribución y los del ajuste y la estabilización, como sobre todo por razones políticas, la disputa irreconciliable en su seno entre proyectos revolucionarios contrapuestos, todos propensos a usar las armas e ignorar la ley.

Desde entonces las luchas intestinas en el partido de Perón se volvieron mucho más civilizadas. Pero convengamos que nunca hasta ahora él había tenido que enfrentarse tan inescapáblemente como ahora al fracaso en la gestión. No lo hizo en 2001 porque los que cargaron con el muerto fueron los radicales y el Frepaso, y de los fracasos kirchneristas han estado escapando hasta aquí gracias a los vientos de cola externos, la debilidad opositora y la casi infinita tolerancia social al empobrecimiento. En particular, vía la convivencia con la alta inflación y una falta de empleo productivo descomunal.

Eso se está acabando. Así que no sorprende que en las encuestas la identidad peronista de los votantes esté tocando mínimos históricos. Y no es solo el kichnerismo el que recibe pésimas evaluaciones: le sucede al peronismo en general, porque ya no se hacen muchos distingos entre los de un ala y los de la otra.

¿Estamos en las puertas de un nuevo ciclo de reflujo de la tasa de peronización de la sociedad y la política argentinas, siempre fundamental pero también basculante? A juzgar por lo deslucida y deshilachada imagen que ofreció la fuerza gobernante en las celebraciones de su fecha más cara, podría estimarse que sí.

Lo curioso, de todas formas, es que a pesar de todas estas señales y demás motivos de preocupación, en ella nadie o casi nadie esté pensando en sacar los pies del plato. Y las divisiones convivan con una fuerte certidumbre en que el año próximo todos estarán bajo una misma bandera, apoyando las listas del Frente de Todos. Cabe preguntarse, de todos modos, si esta es una vía para asegurar la común supervivencia, y objetivos mínimos compartidos, o es otra muestra de desánimo y desorientación. Si no se terminan de divorciar no porque tengan aún algo que hacer juntos, sino porque no tienen idea de qué harían divididos, si acaso tendrían algún futuro si perdieran la última razón de su existencia, el común refugio a la sombra del poder del Estado. Lo que se escuchó este 17 de octubre hace más bien pensar en lo segundo.

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Las consignas detrás de las que se movilizaron La Cámpora, los Moyano y sus aliados, fueron reveladoras, tanto de la profundidad de las divisiones, como de la global crisis de ideas que embarga al oficialismo. Llamaron esos sectores duros a “reinstaurar la intervención del Estado”, pensando seguramente ante todo en el control de precios. Como si esa intervención estatal en algún momento de estos años hubiera estado ausente. Así que esa ocurrencia solo puede significar una cosa: que el camporismo pretende llevar la intervención estatal mucho más lejos, con tal de ignorar que la que practicó y practica ha fracasado. Pero, ¿cuánto más lejos se podría llevar, sin cambiar radicalmente el régimen económico hacia uno completamente estatal?

     Los referentes de la CGT, en el acto por el Día de la Lealtad en Obras Sanitarias
    
Los referentes de la CGT, en el acto por el Día de la Lealtad en Obras Sanitarias


El resto de la CGT muy bien no sabe qué hacer, pero si algo intuye es que seguir al kirchnerismo duro y los Moyano por ese camino sería su perdición. Así que da señales de civilidad y moderación. También bastante inconducentes en medio de tanta confusión.

La más altisonante la planteó días atrás, en IDEA, Ricardo Pignanelli en nombre de SMATA, con Gerardo Martínez a su lado asintiendo: “No se debe pedir a las empresas más de lo que ellas pueden dar”. Es decir, traducido a buen cristiano, “preferimos perder ante la inflación antes que frente al desempleo, porque los puestos de trabajo son mucho más difíciles de recuperar que los salarios”. Ya vivieron estos sindicatos coyunturas semejantes, curiosamente a comienzos de los ‘50 y de los ‘70, y de nuevo en el arranque de los ‘90 y de los 2000. Y a diferencia de los grupos anteriores, estos sí tienen memoria, así que sus dirigentes saben muy bien las opciones que tienen por delante, todas con algún costo para ellos.

¿Significa esto que al menos ese sindicalismo podría ser socio de una estrategia económica y política diferente, no melancólica y retrospectiva, sino innovadora, no pensada con la vista en el pasado y lo que se perdió, sino en lo que se podría conseguir en el futuro?

No hay que ser demasiado optimistas: lo que sucede es que esos gremios no se juegan mucho en las próximas elecciones, y tan es así que aclararon en su acto en Obras Sanitarias que mientras los sigan dejando fuera de las listas no piensan hacer nada por apuntalarlas, mientras que el resto del peronismo se juega hasta la ropa que tiene encima. Pero eso no les impedirá ni a unos ni a otros seguir en el Frente de Todos, y volver a coincidir más adelante. Porque la melancolía no es tanto un trauma como una estrategia, una buena excusa para victimizarse y desresponsabilizarse. Es la excusa con que el camporismo se presenta como si nunca hubiera gobernado y ni siquiera estuviera gobernando ahora mismo. Y es la excusa con que los titulares del poder más permanente del peronismo, esos que siempre han sabido caer parados, hasta cuando quedaron enfrentados a los más inapelables fracasos, se las han ingeniado para afirmar que el mundo está en deuda con ellos, y que las cosas no hubieran salido mal si los demás les hubieran hecho caso.    
En el fondo el peronismo lo que no sabe hacer son duelos normales, ni por sus muertos ni por sus gobiernos y políticas frustradas. Salvo honrosas excepciones, sus dirigentes se han vanagloriado siempre de evitarlos, de no haber procesado jamás pérdida ni fracaso alguno. La melancolía en él es la fuga que le permite evitar todo eso, para poder presentarse una y otra vez a lo largo de los años como siempre distinto y siempre igual a sí mismo. Que hoy no encuentre la forma de esconderle el bulto a la situación, que se esté enredando en una maraña de reproches cruzados, que tienen por efecto impedirle zafar de las consecuencias de sus actos, no quiere decir que no vaya a poder aprovechar cualquier situación propicia que se le presente en el futuro próximo para hacer lo mismo de siempre. Sería bueno de todos modos que se haga acopio de lo que hoy dice y hace, porque pronto va a ser útil recordárselo. A ver si alguna vez logramos que se vuelva un poco menos religioso y un poco más humano.