Cristina: secretos y por qué juega a sentarse con Macri

Los movimientos de la vicepresidenta. Misticismo, temores y desconfianzas. Los mensajes que recibe el ex presidente y su reacción en Olivos.
domingo 18 de septiembre de 2022
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¿Cuál le parece que fue la noticia política más trascendente del último mes? Un informe de Jaime Durán Barba en la provincia de Buenos Aires, con foco en las zonas más vulnerables del Conurbano, revela que para un importante sector de la sociedad no se trató del atentado contra Cristina Kirchner. Hay otros trabajos que se están procesando, incluso encargados por el oficialismo, con percepciones similares. El humor social se obstina en cuestiones domésticas. Es entendible. Pero estremece al poder.

Ante aquella pregunta, los consultados respondieron que los acontecimientos que sacudieron sus días fueron la suba de precios y, en segundo lugar, la inseguridad. Así se lo transmitió Durán Barba a Mauricio Macri en un almuerzo a solas, esta semana, aunque la información se recopiló para la campaña de Horacio Rodríguez Larreta. Cuando los encuestadores, al verse desconcertados por las respuestas, indagaron por el intento de magnicidio hubo reflexiones atroces. “No sé si fue verdad”, “no me interesa”, “a mí no me cambia” y hasta un “es un problema de los porteños”. Esto podría estar desnudando hasta qué punto la vicepresidenta sigue con una imagen pública devastada.

También ayudaría a explicar su oscilante comportamiento y sus gestos, por momentos desesperados, que llegan, incluso, hasta la fantasía de algún tipo de entendimiento con su rival histórico. El “ah, pero Macri” parece haber desaparecido de la escena pública. ¿Qué busca Cristina? Sus discípulos aseguran que no hay montaje, que al menos no lo hay esta vez: que la jefa del Frente de Todos está preocupada, inquieta y temerosa por una bola de nieve que se agiganta y que podría estallar de buenas a primeras. Según su visión, podría arrasar con el sistema político y no solo con el Frente de Todos. Esa es una de las cartas que blande.

Macri, y la oposición en general, desconfían. Tienen motivos. Hasta hace veinte días, el kirchnerismo, a instancias de su líder, improvisó un operativo para asociar a Macri con los bolsos de López. No sería el mejor presagio. Más: los cristinistas aventuran que al diálogo deberían sumarse representantes de “los grandes medios”. No lo han dicho hasta ahora. Se trata de esos mismos medios que fueron denostados desde 2008.

¿Tiene el cristinismo, de verdad, una hoja de ruta o es tan solo una maniobra especulativa para ganar tiempo? Es cierto que, a diferencia de otras desgracias, (la muerte de Néstor Kirchner, por ejemplo) no asoman trucos de magia que puedan entusiasmar en el corto plazo a su feligresía, ni siquiera a los más fanáticos. Ya no un vamos por todo, como en los tiempos de éxtasis, sino un vamos por lo que se pueda. Ella misma acaba de enfriar el operativo Cristina 2023.

La búsqueda de un contacto directo con Macri -anticipada por Clarín el domingo pasado y ahora blanqueada, entre otros, por el senador Oscar Parrilli- son la continuidad de nuevas señales y mensajes que han llegado, por ahora sin éxito, al celular del ex presidente. Algunos procedían de dirigentes oficialistas y uno, puntual, de su propio espacio. Hace unos días, mientras estaba en una reunión en sus oficinas de Olivos, a Macri lo llamó un dirigente para contarle que tenía algo importante para decirle. Un mensaje de un miembro eclesiástico. “Pará que pongo el altavoz, así no solo me entero yo”, pidió. Sus acompañantes escucharon: el interlocutor proponía a un hombre de la Iglesia como nexo con Cristina.

El ala dura de Juntos por el Cambio está en pie de guerra. Patricia Bullrich lidera hoy ese grupo, por encima de Macri. Uno de los colaboradores de la ex ministra y aspirante presidencial, que el viernes a la mañana tomaba café en un bar de la Avenida Figueroa Alcorta por una mesa por la que desfilaban dirigentes opositores cada quince minutos, transmitió el pensamiento de Bullrich: “Primero les bajamos los dientes y, recién cuando los veamos chorreando sangre, nos sentamos a charlar”. Macri dejó una frase cuando se iba de Junín, el viernes: “Solo me sentaría con la Constitución en la mesa”.

En medio de las especulaciones, en el programa Odisea Argentina, de LN+, se reveló un encuentro del senador macrista José Torello con Cristina. Fue hace dos meses y medio. Un dato nuevo: Torello fue el único macrista que se atrevió a solidarizarse por privado con Cristina, post atentado. Es íntimo de Macri desde que estudiaban juntos en el Cardenal Newman e integró la llamada mesa judicial del macrismo entre 2015 y 2019. Compañero, también, de aventuras de los años en que no existía Internet. Alguna vez, Macri fue sorprendido por los paparazzi en la disco Sobremonte. Cuando días más tarde volvían ambos de Mar del Plata, Torello lo hizo estacionar en un pueblo y bajó a comprar todas las revistas haciendo fuerzas para no ver lo que terminaría viendo. Estaban los dos en la tapa de Gente en una situación de noche.

Su pasado la condena

Los movimientos de la ex presidenta son siempre sospechosos. Los antecedentes así lo indican. Convendría reparar de nuevo en el estado de debilidad que la aqueja. El piso de votantes históricos que siempre la acompañó se ha perforado. Es tan real como el declive general de la dirigencia de todos los partidos, desde Rodríguez Larreta hasta Javier Milei.

Pero a ella la acecha una tormenta judicial que podría agravarse más temprano que tarde, el Gobierno está sumergido en una crisis inflacionaria que dejó chiquito el récord con el que Cambiemos se despidió del poder, y el ajuste puesto en marcha por Sergio Massa comenzará a sentirse de modo definitivo el mes que viene, cuando venzan las boletas de los servicios públicos y el sector agrario termine de liquidar la cosecha. “Hay que encenderle una vela a Messi”, implora un asesor presidencial. Para el 20 de noviembre falta una eternidad. Y Messi solo hace milagros con la pelota.

Quienes acceden a la cotidianidad de Cristina, que son cada vez menos, la observan meditabunda, a veces abstraída, con un semblante cambiante y por momentos tenebroso. La pregunta se ha vuelto recurrente: “¿Por qué me quisieron pegar un tiro?”. Dicen que reza más que antes, que sospecha de casi todo y que escribe sus emociones, acaso pensando en una segunda edición de Sinceramente.

“Estoy un poquito mística”, contó el jueves, con la voz quebrada, rodeada de monjas y de curas villeros que la fueron a ver al Senado. Lleva un rosario colgado en el cuello desde que su hija, Florencia, debió ser asistida por cuestiones de salud, pero ahora ya no se lo saca nunca. Ha dicho en su entorno que el rosario la ayudó a impedir que salieran los tiros de la Bersa calibre 32 con la que Fernando Sabag Montiel apuntó en la noche del 1° de septiembre.

La ex presidenta se activa cuando se sumerge en la agenda política. “Eso la enciende. Sigue estando en todo”, cuenta uno de los dirigentes de La Cámpora que la visita no menos de una vez por semana. Los lazos con Sergio Massa reemplazaron el contacto que alguna vez tuvo con Alberto Fernández. El Presidente está casi marginado de la gestión. Su agenda, que el equipo de comunicación envía día a día a los periodistas, parece inverosímil. Hay jornadas en las que solo tiene una actividad. Los spots por los mil días de administración solo cosecharon indiferencia. No valieron ni un retuit de La Cámpora.

La inflación de agosto marcó 7%. Argentina está ante un nuevo y preocupante umbral. Los analistas dejaron de hablar de una inflación de entre el 3 y el 4% mensual, como en el período macrista, para referirse a una de entre 6 y 7%. En doce meses ya acumula 78,5%. En el mundo hoy es de 7,7%: la de Estados Unidos trepa al 8,5%, la de Brasil al 10,1%, la de Chile al 13,1% y la de Perú al 8,7%. En nuestro país, en los últimos ocho meses, llegó al 56,4%; quiere decir que, entre enero y agosto, superó el 53,8% que había marcado el último año de Macri. El relato oficial se estrella. Mejor no mirar las cuentas de Twitter para ver qué decían entonces desde Axel Kicillof hasta Alberto Fernández.

Massa promete bajar el índice inflacionario de 2023 al 60%. Se juega su gestión, pero sobre todo se juega su aspiración presidencial. Los consultores privados hablan de un número cercano al 85%, “si las cosas se hacen bien”. Carlos Melconian es menos contemplativo: “Si te dicen que el año que viene hay una inflación del 120% firmemos ya”.

Los rumores de una posible devaluación no cesan. La cuestión se abordó en el Ministerio de Economía hace varias semanas y luego la versión fue desmentida. El audio de Gabriel Rubinstein que se viralizó en su momento, más que aclarar, generó zozobra en la city. Dijo que no estaba en los planes en este momento. No condice con algunas reflexiones que ha hecho en privado, antes y después de asumir. Por eso le tienen prohibido el contacto con los periodistas, incluso con viejos conocidos a los que les tiene que pedir disculpas.

“Massa está en un proceso de ablande psicológico hacia adentro del Frente de Todos”, cuenta uno de los economistas que no forma parte del Gobierno, pero que habla seguido con él. No hay devaluación premeditada sin reservas, aclara. Massa trabaja a tiempo completo en engrosar las arcas del Banco Central. La convivencia con Miguel Pesce no es fácil. Al dólar soja y a otras políticas de captura de dólares, el ministro de Economía acaba de sumar en la ley de Presupuesto un blanqueo para aquellos que quieran comprar viviendas usadas y tengan los ahorros en moneda extranjera sin declarar. La oposición critica la iniciativa y pedirá que ese artículo sea independiente del Presupuesto.

Massa consulta con Cristina cada cosa que hace. Ella le ha dado el juego que se negó a brindarle a Martín Guzmán y a Silvina Batakis. El ajuste massista es más fuerte que el que se preveía. A Massa suelen preguntarle en el Círculo Rojo cuánto tiempo la vicepresidenta y La Cámpora tolerarán que se siga hundiendo el cuchillo sobre una población que tiene 37% de pobres y que sufre una suba constante de precios. Massa se ríe y, si es necesario, hace oír la voz de Cristina en el teléfono. 

Fuente: Santiago Fioriti - Clarín

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