Opinión (*) Las múltiples evidencias del complot contra el Presidente

La larga cadena de insultos, provocaciones y humillaciones que sufrió Alberto Fernández de parte del kirchnerismo no tiene nada que ver con un debate legítimo sobre el rumbo de un Gobierno.
domingo 10 de julio de 2022
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La consultora, PXQ, tiene un algoritmo al que, cariñosamente, llaman “Manolito”, en homenaje al personaje de Quino que trabajaba en el almacén de su padre. Este procesa en tiempo real la evolución del precio de 30 mil productos que se ofrecen on line en 50 plataformas distintas. El jueves por la tarde, al titular de esa consultora, Emanuel Alvarez Agis, le costó creer en los números que le proveía “Manolito”.

En la última semana, comparado con el promedio de la semana anterior, el calzado deportivo había aumentado un 35 por ciento; las remeras y camisas 14%; los vestidos y polleras 11,5%; la ropa de abrigo 9%; los pantalones y shorts 6,9%; los muebles 12,1%; la vajilla 8,5%; los pescados y mariscos 3%; la leche fluida 2,2%; la manzana 2%; el pan fresco 1,7 por ciento. En las góndolas había un 6,1% menos de productos de indumentaria ofrecidos; un 31,7% menos de productos para el hogar y un 11% menos de productos alimenticios.

Esos números reflejaban solo una parte del drama que vive el país. Algunos de los dólares paralelos llegaban ese mismo jueves a 300 pesos, una violenta devaluación cercana al 50 por ciento en solo 30 días. El riesgo país escalaba a niveles ucranianos, los bonos y las acciones caían, las reservas del banco central se escurrían pese a los estrictos controles vigentes.

En medio de todo esto, desde distintas usinas se difundía la versión de que el Presidente estaba aislado, deprimido, abandonado aún por los más fieles, al borde de la renuncia. Los rumores invadían los celulares. Varios periodistas le preguntaron por esos rumores a Gabriela Cerruti, la portavoz presidencial. Cerruti, naturalmente, los desmintió.

Ese mismo jueves, habló Máximo Kirchner. Hubiera sido constructivo que apoyara a la nueva ministra de Economía, Silvina Batakis, o que no agregara algún elemento más al tembladeral. Sin embargo, dijo: “Se abrazaron a Guzmán. Los dejó tirados. Y tuvieron que volver a pedirle a Cristina que los salvara. ¿Cuándo van a aprender?”. Luego, cuestionó a la directora general del FMI, Kristalina Giorgieva, por haber dicho que la Argentina debía tomar “decisiones dolorosas”.

Eso no contribuyó a aplacar la fuga hacia el dólar, ni la furia remarcadora, que siguieron el viernes. Kirchner (h) había dejado dos señales preocupantes. Una, que el rencor contra Alberto Fernández no había terminado con la salida de Guzmán. La otra, que el sector más poderoso del Gobierno, el que acababa de voltear a los ministros de Desarrollo y de Economía, cuestionaba los términos del acuerdo con el FMI. Era un dato tremendo para inversores asustados: luego de Matías Kulfas y Martín Guzmán, la nueva víctima del cristinismo podría ser ese acuerdo.

¿Por qué Kirchner pronunció ese discurso desestabilizador? ¿Qué busca, realmente? Las interpretaciones pueden ser variadas. Diferencias ideológicas insalvables, inexperiencia, enojos inmanejables, internismo. Pero hay otras visiones. El lunes pasado, Roberto Navarro, un periodista muy identificado con el kirchnerismo, había contado: “Las reuniones de Cristina con el embajador norteamericano dos veces, con la generala, con Melconian y con la Fundación Mediterránea, todo ello demuestra que está lista para gobernar. ¿Para que te reunís, si no, con todas esas personas? El mercado piensa que va a asumir Cristina. Y es curioso. Porque en el Patria, cuando uno les pregunta sobre qué pasa si se cae el gobierno, te contestan: ah, Alberto puede caer, no el Gobierno. En el Patria…esa es la respuesta”. ¿Será así? ¿Fernández puede caer pero eso no significa que caiga el Gobierno? ¿Quién calcula eso, en este terreno tan inhóspito?

Casi en el mismo momento en que hablaba Máximo Kirchner, Juan Grabois insultaba a la flamante ministra de Economía por sostener que no es el momento para aprobar el ingreso universal (“no defiende con la piel lo que sostiene con el pico”), al presidente del Banco Central, Miguel Pesce, por dejar escapar dólares (“salame”) y a la portavoz Cerruti por respaldar a la ministra (“con uno solo de tus salarios comerían cien personas humildes”). Grabois terminó la semana compartiendo jornadas con el ministro camporista Wado de Pedro.

Esas señales son coincidentes con otras más relevantes. Cristina Kirchner habló dos veces en los últimos ocho días. En El Calafate dijo que quería ayudar al Presidente pero que eso no quiere decir que va a dejar de decir lo que piensa. No emitió una sola palabra de apoyo a la designación de Batakis. Tampoco había concurrido a su asunción. Intentó, además, instalar que Guzmán traicionó al Presidente y calificó su renuncia como un hecho desestabilizador.

Es posible que un sector minoritario de la población crea en el relato de su líder. Para el resto del mundo, se tratará de una expresión de cinismo. ¿Quién podría olvidar sus cartas públicas en contra del Presidente en medio de una terrible pandemia, sus insultos a ministros delante del primer mandatario mientras la gente estaba encerrada en sus casa, las renuncias en masa de los ministros que le responden, su intento de que el país caiga en default, la resistencia de los funcionarios del sector energético contra las ideas de Guzmán y, por ende, contra las del Presidente, sus ausencias en actos clave, la inexistencia de gestos de apoyo desde el 10 de diciembre de 2019 hasta hoy?

Unos días antes, en el otro discurso de la semana, había sido especialmente humillante hacia el primer mandatario. En esa ocasión, la Vicepresidenta confrontó una frase de Alberto Fernández con un párrafo de Juan Domingo Perón. Ante el tono burlón, la platea estalló en carcajadas. Ella se sumó. CFK volvió a burlarse del Presidente al mencionar a la agrupación Garganta Poderosa, y otra vez la platea respondió con risotadas. La Vicepresidenta insistió en que el Presidente no usa la lapicera como corresponde y fue ovacionada.

Finalmente, recurrió a una singular bajeza. En un fragmento de su discurso sostuvo que cualquiera podía mirar su celular. “No sé cuantos pueden decir lo mismo”. Nancy Pazos explicó al día siguiente en Infobae qué había querido decir. “Era obvio que se refería a Alberto. Y era más que obvio que no se refería a las charlas políticas del Presidente sino a chats privados de los que se hicieron eco algunos pasquines periodísticos de poca monta en los últimos días”. Esa intriga vicepresidencial dio de comer a las redes, y a algunos periodistas opositores, durante varios días.

En primera fila del acto de Avellaneda, Kirchner además ubicó a Hebe de Bonafini. La cámara la enfocaba todo el tiempo. En las últimas semanas, Bonafini había descripto de esta manera al presidente de la Nación: “Alberto Fernández ocupa el primer lugar en la lista de los mentirosos. Es un gran cobarde. No lo va a votar ni el perro. Ni Dylan. Capaz que tiene algo de Alzheimer. Ya está viejito. Que vaya al neurólogo. Se olvida de todo. Mejor que no hable más. Ya nadie le cree. Va a caer en su propia fosa. Demostró que es un gran cobarde. No entiende nada de nada y cada vez entiende menos. Que tristeza que me da”.

En los días previos al discurso, Sergio Berni había sostenido: “Estamos perdiendo por goleada. El problema es el director técnico. Pero, por lo menos, hay que cambiar el equipo económico”. Berni, antes, había caracterizado a Alberto Fernández como “un borracho”. La legisladora Cecilia Moreau postulaba: “Es inverosímil que Guzmán siga en su cargo”. Y Grabois sostenía que el Presidente no tenía “pelotas” y que tenía “cara de piedra”.

Parece demasiado. Sin embargo, es una porción minúscula de una cadena de insultos, provocaciones, patoteadas y humillaciones. No tiene nada que ver con un debate legítimo sobre el rumbo de un Gobierno. Hay que hacer un gran esfuerzo para no percibir la progresiva metamorfosis que va transformando a Cristina Kirchner en la versión local de Michel Temer.

En este contexto tan complicado, deberá trabajar la nueva ministra de Economía. Sus dilemas son exactamente los mismos que los de Guzmán. Batakis ha dicho que es necesario reducir el déficit fiscal. Decir tamaña obviedad no es gratis en ciertos círculos. No hay demasiados misterios, además, sobre cuál es el área que permite reducir el déficit de manera rápida y, además, justa: los subsidios energéticos. Sin embargo, luego de varios días en los que intentó construir un equipo propio, Batakis debió resignarse a confirmar en sus cargos a los funcionarios cristinistas que trabaron la reducción de esos subsidios, los mismos que no pudieron iniciar la construcción del gasoducto y produjeron la crisis de desabastecimiento del gasoil. El Presidente se ha resignado a que allí no puede meter mano. Cada vez más rodeado de enemigos, cada vez más atrapado en una encerrona que él mismo eligió, Fernández deberá hacer un esfuerzo enorme para llegar al 10 de diciembre de 2023, un destino tan lejano.

En pocas horas abren los mercados financieros.

Una nueva semana comienza.

(*)  Ernesto Tenembaum - Infobae

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